Parte Uno
(Escrito por Federico H. Bravo)
UNO
Londres, Inglaterra.
Año 2122.
Todas las noches eran iguales para él.
Desde hace siglos que llegara de su Transilvania natal y se instalara en las islas británicas, casi todas las noches irremediablemente tenía que cazar. Si bien había llegado a una etapa de su sobrenatural existencia en la cual ya no dependía tanto del consumo sanguíneo, todavía mantenía la costumbre.
Cuando eres inmortal y el príncipe de las tinieblas, el más poderoso ejemplar de tu especie, es lógico que el tedio aceche. Por eso, seguía cazando. Para entretenerse.
Solía sentir cierta emoción, cierta adrenalina en el hecho. Sin embargo, de un tiempo a esta parte incluso eso se había vuelto una rutina. Y, como pasa con todo lo que se vuelve rutinario –ya sea uno humano o el rey de los vampiros– acaba cansado. De modo que aquella noche en particular en que se inicia nuestra historia, el antiguo conde transilvano caminaba por las sucias calles de la megapolis londinense con las manos metidas dentro de los bolsillos de su traje, con cara de aburrimiento en su atractivo y aseado rostro. Por supuesto, vestía a la usanza de ese decadente, contaminado y superpoblado mundo del siglo XXII, mimetizándose con su entorno. A ojos de todos, se veía como un guapo hombre joven de cabellos largos y cara afeitada. Un tipo absolutamente normal… eso, si no se tenía en cuenta la palidez de su piel y el hecho de que siempre –invariablemente– vestía de negro. Podíamos decir que el negro –el usar ropa oscura– era su marca distintiva.[1]

-Hola, guapo. ¿Te gusta lo que ves? – le preguntó.
Drácula sonrió. Era una sonrisa forzada. Estaba cansado, hastiado de tener que hacer aquello. ¿Por qué no la tomaba sin más allí mismo, por la fuerza? Sería tan fácil. Un solo abrazo, un revelar de colmillos, y su sangre sería suya. Pero no. Se obligó a seguir el protocolo establecido. Obviamente, la mataría. Pero antes habría algo de flirteo. Quería conocer un poco más a la presa que esta noche había elegido.
-Tienes un acento peculiar – le dijo a la chica – ¿De dónde eres?
-Estados Unidos. Ya sabes… “El nuevo mundo”. La tierra de las oportunidades y bla, bla, bla.
-Ah.
-Tú tampoco pareces británico – observó ella.
-No lo soy. En realidad, vengo de Europa del Este.
-Vaya.
-Aunque hace rato que llevo viviendo por aquí. ¿Se me nota mucho el acento?
-Que va. Bastante poco. Es más, me gusta tu pronunciación…
Silencio. La prostituta lo observó, expectante. Los ojos de él en cambio se clavaron en su yugular, fascinado por los latidos de su corazón bombeando sangre por sus arterias.
-¿Y bien? – dijo ella, impaciente.
-Lo siento – él pestañeó – ¿Qué has dicho?
-Querido, mi tiempo es valioso. ¿Vamos a follar o no?
Drácula suspiró. Por supuesto. Para ella, aquello era un negocio, una transacción comercial. Sexo a cambio de dinero, nada más.
-Claro – respondió – ¿Cuánto?
Ella dijo su cifra. Él aceptó. No tardaron mucho en dirigirse hacia un sucio bloque de apartamentos habitacionales cercano y yacer un una cama. Tuvieron sexo –pese a que podría haberla matado apenas ella lo invitó a entrar y puso un pie en el interior de la vivienda– y cuando todo acabó, el vampiro yació exhausto mirando el techo, pensando con cierto agotamiento espiritual si lo único que le deparaba la eternidad a la final era esto: una revolcada en una cama con una puta cualquiera de un mundo agotado y en franca decadencia.
-Tiene que haber algo más – dijo, en voz alta – Esto no puede ser todo…
-¿Qué? – la voz de ella lo interrumpió. Estaba acostada a su lado, por supuesto, y mientras se fumaba un cigarrillo encendió el holo-visor. Un rectángulo de luz fantasmal se irguió desde un emisor a los pies de la cama. El último comercial de una famosa bebida cola flotó en el aire, en 3-D.
Drácula frunció el ceño. De la pantalla holográfica pasó sus ojos hacia la frágil criatura humana que yacía a su lado. La estudió detenidamente. Lo hizo con ojos de experto, de criatura sobrenatural. De quien ha visto –y causado– muerte y miseria en sus variadas formas a lo largo y ancho del tiempo, desde que se convirtió en el ser que era. La miró y calculó que al ritmo que vivía, aquella sucia puta no llegaría a ver el final de sus días con las arrugas de la ancianidad. Si él no la mataba aquella noche, lo haría alguna enfermedad mortal pescada en sus incontables relaciones sexuales con sus igualmente incontables clientes. O podría morir de una sobredosis, consumiendo alguna de las maravillosas y letales drogas de diseño que había hoy en día. O también podría matarla su chulo y sería una muerte tonta y sin sentido. Aunque, ¿Qué diferencia existía en que eso pasara o fuera él quien la matara? ¿Acaso su forma de quitarle la vida iba a proporcionarle sentido a un acto que carecía de todo ello? Desde luego que no. Una muerte era una muerte y en la muerte de aquella triste prostituta no iba a haber diferencias. Ni siquiera podía Drácula decir que sentía la adrenalina ya, la expectativa por el banquete de sangre que se aproximaba.
Al igual que ella, matar para él se había convertido en una transacción comercial. Ella ofrecía sexo a cambio de dinero. Él pagaba ese sexo con muerte.
De modo que el dilatado momento había llegado. Pero antes de hacerlo –quitarle la vida– le hizo una pregunta:
-Dime algo. ¿No te gustaría vivir para siempre?
Ella se encogió de hombros e hizo un gesto vago con la mano, mientras continuaba fumando y viendo el holo-visor. Pese a haberlo escuchado, ni lo observaba. Toda su atención iba hacia la holo-imagen de un periodista que hablaba en un noticiero nocturno que ya había empezado.
-Me conformo con llegar a fin de mes y pagarme la renta y el sustento – explicó – Además… ¿Quién quiere vivir para siempre? Debe ser aburrido.
-Ya. Puede que tengas razón – concedió él. Acto seguido, rugió como un león, sus colmillos crecieron y surgieron ante el estupor de su víctima. En tan sólo un segundo, se los había clavado en el cuello…
El hecho en sí duró poco. Fue un abrazo mortal y rápido con todas las de la ley. La atrapó con fuerza, inmovilizándola y tapándole la boca para que no pudiera gritar mientras la vaciaba. Ella intentó zafarse y hasta pataleó un poco. Luego se quedó tiesa. Y se enfrió cuando la vida –y la última gota de su sangre– le fue robada de su cuerpo.
Por segunda vez en la noche, Drácula yació exhausto a su lado sobre la cama, esta vez con el estómago lleno. Totalmente relajado y paladeando el gusto de la sangre en su boca, el antiguo conde transilvano se preguntó por enésima vez si aquello sería todo. Si la inmortalidad no podía otorgarle alguna sorpresa más… y de repente, el sentimiento de hastío volvió a envolverlo.
Tuvo que reconocer la verdad, rendirse a las evidencias: estaba harto de la Tierra.
Polución, mares intoxicados, bosques talados, superpoblación, nuevas enfermedades y guerras… las megapolis extendiendo la urbanización en altos edificios-torre de tamaños demenciales, unas horribles unidades habitacionales, una pegada a la otra…
La Tierra estaba terminada. Si hasta sus habitantes lo sabían y por eso empezaban a huir en masa hacia el espacio.
Se detuvo en aquél pensamiento: las estrellas. La frontera final. Todavía no había andado allí. Era para él territorio inexplorado.
En ese momento de reflexión, un hecho ocurrido en el holo-visor captó toda su atención. El periodista del noticiero estaba contando algo:
-…Falta poco para la partida del carguero espacial Protheus, el cual llevará provisiones a Argo. Como se recordará, Argo es la colonia terrestre más remota y alejada de nuestro planeta, asentada a varios años luz de distancia. La tripulación del Protheusse prepara para un largo, largo viaje en hiper-sueño a su destino entre las estrellas.
-Argo – Drácula paladeó el nombre, disfrutando la forma en cómo sonaba saliendo de su boca. Una sonrisa siniestra se formó en sus bellos labios ensangrentados – Argo – repitió, con satisfacción – ¡Mi nuevo hogar!
[1]Al lector curioso, le diré que mi molde físico para el infausto conde vampiro ha sido el actor Rudolf Martin, quien ya hiciera de él en dos ocasiones. La primera de ellas en una película biográfica acerca del Drácula histórico. La segunda, en la serie de televisión de principios de siglo, “Buffy, la Cazavampiros”.