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Drácula Vs Alien 03

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TRES  

La criatura era enorme. Erguida, llegaba fácilmente casi a los 2,5 metros. Drácula vio que era negra, absolutamente oscura, y que estaba muñida de garras, cola y una gran boca repleta de filosos colmillos.
Apenas tuvo tiempo de contemplar al monstruo en esa fracción de segundo, antes de que el Alien le tirara un zarpazo directamente al pecho.
El vampiro retrocedió, lastimado. Salió sangre de la cortadura por al menos un momento. Después, la herida se cerró milagrosamente. Gracias a sus poderes sobrenaturales, la carne y la piel volvieron a zurcirse como si nunca hubieran recibido ningún daño por parte de la criatura.
Ni lerdo ni perezoso, Drácula contraatacó. No sabía qué diablos era aquella cosa ni de donde había venido, pero una cosa le quedó clara: era hostil, quería matarlo. Por ende, él debía eliminarla primero.
Dando uso a su fuerza sobrehumana y rugiendo como un león, el vampiro enseñó los colmillos y descargó en el alienígena un puñetazo demoledor. El extraterrestre cayó hacia atrás, pero se recuperó de prisa. La emprendió de nuevo contra su presa con todo el peso de su oscuro cuerpo al mismo tiempo en que chillaba y abría las babeantes fauces. Drácula atajó a la bestia y la sostuvo firmemente por las mandíbulas. Se llevó una sorpresa mayúscula cuando del interior de las mismas salió despedida una especie de lenguadentada, una suerte de segunda boca que clavó sus colmillos con fuerza en su frente, mordiendo con avidez.
-¡AAAGHN! – se quejó, retrocediendo. Aquello había dolido como mil infiernos. Con la frente bañada en sangre y regenerándose, Drácula sintió la vieja ira del antiquísimo guerrero valaco que había sido antes de convertirse en el vampírico conde transilvano y permitió que sus manos cambiaran. Sus dedos se alargaron y las uñas se volvieron como cuchillas filosas. Siseando como una cobra, atacó al Alien de un manotazo. El duro caparazón del exoesqueleto se quebró en una parte y una herida fue hecha, de la cual brotó una extraña y potente sangre con propiedades acidas que lo quemó al salpicarlo.
Gravemente herido, el vampiro cayó al suelo mientras la criatura infernal intentaba embestirlo de nuevo con su voluminosa testa sin ojos. Por suerte, Drácula fue más hábil y mientras su cuerpo sanaba y regeneraba se lo sacó de encima de otro puñetazo. El Alien rodó y se irguió veloz, listo para volver a la carga y terminar la faena…
-¡Al suelo! – gritó una voz. Fue la única advertencia que hubo y no puede decirse que Drácula fuera de los que las desaprovechaban. Fue su turno de rodar por el piso al momento que la figura de su adversario y atacante explotaba en llamas y se carbonizaba emitiendo un chillido ultraterreno. Mientras el Alien desaparecía tragado por el fuego y el humo, el vampiro aprovechó para reponerse y observar atentamente a su misterioso salvador.
-Hey… ¿Estás bien? – le preguntó una bella chica, portando entre sus manos un arma lanzallamas.
-Si… yo… Estoy bien – Drácula se puso de pie. Sus manos habían vuelto a la normalidad y sus colmillos retrocedieron en su boca. Decidió ocultar por el momento su naturaleza demoniaca a ojos de la aparentemente única criatura humana viva de la colonia. Al menos, hasta saber qué estaba sucediendo – Gracias. Salvaste mi vida – se obligó a mentir.
Ella lo observó con curiosidad, el lanzallamas todavía sujeto en las manos. Luego pareció salir del trance ensoñador momentáneo que sus ojos claros habían ejercido sobre su mente y miró a su alrededor con temor.
-Vamos – le dijo – Este sitio no es seguro. Sígueme.
Sin oponerse, Drácula fue con ella. Atrás quedaron los restos carbonizados del Alien y los extraños y misteriosos huevos de superficie rugosa.  

***  

Mientras seguía a su “salvadora” por unos tortuosos pasillos sumidos en penumbras, Drácula aprovechó para estudiarla detenidamente. Era una mujer no muy alta, de complexión atlética, cabello rubio largo recogido. Iba vestida con los restos de un uniforme militar y el barniz de suciedad y sudor pegado a su piel de alguna manera –para el vampiro– realzaban su belleza.
“He aquí a una aguerrida Valquiria del siglo XXII”, pensó con ironía, “Portando lanzallamas y luchando contra monstruos sin temor. Sin duda, debe ser una mujer digna de tomar en cuenta y de conocer…”
-¿Hay más demonios como el que acabas de matar rondando por aquí? – le preguntó.
-Oh. Sólo como unos dos millones, nada más – ella se detuvo. Se volvió y lo miró – No eres de por aquí, ¿verdad? – le preguntó, con suspicacia.
-Digamos que… soy un recién llegado. Este sitio es Argo, ¿verdad?
-Solía serlo, antes de que nos atacaran las criaturas – la chica reanudó la marcha – Me imagino que debiste llegar en una nave.
-Algo así.
-Mal momento para hacerlo. Este sitio se ha convertido en el infierno. Casi no hay agua, comida o electricidad… y los monstruos han matado a todos – hizo una pausa, pensativa – A propósito, mi nombre es Ellen… Ellen Winters. Teniente de las fuerzas de seguridad de Argo. O eso era, antes de que todo se fuera al carajo. Tú… ¿Cómo te llamas?
-Dra… - se detuvo. Casi cometía un error. No podía darle a conocer ese nombre. Era demasiado mítico y legendario para utilizarlo, incluso en el siglo XXII. Decidió echar mano al baúl de sus recuerdos. Mentalmente, retrocedió muchos siglos y rescató otro nombre, uno que había sido el suyo verdadero en vida, antes de que el ser humano desapareciera tragado por el vampiro – Vlad – dijo – Soy Vlad.[1]

[1]Para aquellos que no lo sepan –de haber alguien que todavía no lo sepa, claro–, el verdadero nombre del Drácula histórico era ese. Vlad Tepes. El actor Rudolf Martin, mi modelo para el Drácula de esta historia, lo interpretó en una película biográfica hace muchos años.

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