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Channel: El Diario del Vigilante
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El Código Armageddon (Dos)

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CAPITULO 2  

Al día siguiente.
El jet privado Thorn arribó al aeropuerto de Washington en un vuelo sin escalas procedente de Chicago. Ya en la terminal, un asistente ejecutivo esperaba ansioso a su ilustre visitante.
Marchando parsimoniosamente, un bien trajeado hombre de sesenta y pico de años acudió a su encuentro. Su nombre era Paul Buher, mano derecha de Damien y actualmente el CEO de Industrias Thorn.
-¿Cómo ha estado su vuelo, señor? – le preguntó el asistente, estrechándole la mano.
-Bastante aburrido – confesó Buher, con una media sonrisa en su arrugado rostro – Esperemos que las cosas en Washington sean diferentes…
-Oh. Ya lo creo que sí, señor.
El asistente lo guió hasta la limusina que lo esperaba. Mientras viajaban, el empresario encendió un aparato de televisión portátil colocado dentro del coche y observó las novedades de la mañana…
-El Presidente Thorn ha hecho públicas sus intenciones de ayudar humanitariamente al continente africano, el cual padece la peor crisis económica y social de los últimos tiempos– decía un periodista – Se sabe, por trascendidos, de que esta mañana va a reunirse en privado con su socio en las Industrias Thorn, el veterano empresario Paul Buher, quien además es un viejo amigo y confidente del Presidente.
Buher sonrió. De modo que Damien ya había hecho pública la noticia. El chico era bueno, demasiado bueno. Quería asegurarse de tener el control total de los medios, acaparándolos con aquella novedad.
Reclinándose en su asiento, Paul se permitió recordar el pasado, cuando ambos se conocieron. Por aquel entonces Damien tenía 13 años y era un adolescente buscando su camino. Buher estuvo encantado de enseñárselo. El resto, fue coser y cantar. Sin la presencia de su tío, Richard Thorn (trágicamente muerto en el incendio que destruyó el Museo Thorn) y como único heredero de la fortuna familiar, Damien pudo abrirse camino hacia delante. Primero como magistral empresario y luego, como hábil político. Sin duda, decían todos, había salido a Robert, su padre.
“Si supieran”, pensó Paul, con ironía, “Si supieran que el difunto embajador Robert Thorn solo fue un peldaño en el escalón de Damien… y ahora parece que todo por lo que hemos venido luchando estos años va a culminar exitosamente.”
Había un motivo real para la presencia de Buher ahí en Washington y no era el que todos conocían. El chico tenía su agenda y sin duda, el Armagedón estaba en sus planes.
-Vamos, Paul. Damien ya no es un “chico” – se recriminó en voz alta – Tiene 33 años de edad. Ya es bastante grande.
-¿Señor? – el asistente que viajaba sentado a su lado lo miró con perplejidad.
-Nada – el anciano se acomodó la corbata de su traje – Cosas sin importancia, Harris. Es todo.
-Oh – Harris asintió. Observó una imagen de Damien hablando en el televisor y suspiró ostensiblemente – ¿No es maravilloso, señor Buher? ¿No es Damien el mejor Presidente que ha tenido este país?
-…Y el más joven – corroboró Paul – Si no hubiera sido por aquella modificación a la Constitución, se le habría dificultado bastante el acceso al sitio donde está. Por suerte, Damien tuvo… sus contactos en el Congreso. Ellos le dieron carta blanca para cumplir su destino.
-Sí. Un destino maravilloso, sin duda – Harris volvió a suspirar – ¡Imagínese la emoción que tuve cuando me fue revelada la verdad! Que Damien es… - hizo una pausa, paladeando con éxtasis las palabras que a continuación pronunciaría - …Que Damien es el Mesías.
Silencio. Buher observó a Harris. El joven asistente sin duda estaba fascinado por lo que sabía… o creía saber. No era el primer acolito –ni seria el ultimo– que creía que Damien era el verdadero Salvador, el Cristo genuino. Esa mentira bien elaborada servía de fachada y escondía una verdad demoledora: que Damien no era el Hijo de Dios, sino del Diablo.
Sólo un selecto circulo de personas dentro de la secta conocían la verdad… el resto creía que Damien era Cristo Renacido.
Corrección: el verdadero Cristo, el Mesías. La creencia difundida entre los acólitos de menor nivel era que el otro había resultado ser un “Falso Profeta”, cuya doctrina errónea había que combatir y desterrar de este mundo.
Y si todo iba como hasta ahora, eso iba a ocurrir muy pronto. 

El Código Armageddon (Tres)

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CAPITULO 3  

La Casa Blanca.
Un rato después.
Damien en persona recibió a Paul en los jardines aledaños a la mansión presidencial. Se hallaba vestido con ropas más ligeras y en compañía de un perro negro Rottweiler. Apenas el viejo empresario se acercó a su amo, el can emitió un sonoro gruñido de advertencia, enseñando sus dientes.
-Quieto, Ryder – ordenó Damien. El perro se apaciguó y se echó en el suelo, obediente – Lo siento, Paul. Está entrenado para protegerme ante cualquier intruso que quiera hacerme daño, pero todavía no distingue entre amigos y enemigos.
-Es un perro muy grande… ¿Qué le das de comer, Damien?
-Oh. Poca cosa, en verdad. Algunos cristianos, de vez en cuando…
Buher pestañeó, perplejo. Al ver que su joven amigo se echaba a reír de su desconcierto, comprendió que aquello había sido una broma. Una macabra broma, por cierto.
-Que chistoso – comentó, sonriendo – Me habías mandado a llamar por algo. Dijiste que era importante. Aquí me tienes. ¿Qué pasa?
-No. Aquí no – Damien lo atajó – Sígueme.
Intrigado, Paul lo siguió hasta el interior de la Casa Blanca. Subiendo a un ascensor, ambos descendieron hasta las profundidades, al corazón de un bien vigilado y protegido bunker subterráneo. Allí, Damien lo condujo hasta una sala de reuniones donde ya los esperaba alguien sentado a la mesa, un hombre muy serio vestido de sacerdote.
-Paul, te presento a Dominic – dijo, señalándolo – Un aliado invaluable que apoya nuestra causa, y con justa razón – Damien sonrió – Él ha aprendido la verdad: toda su vida sirvió al dios equivocado. Por suerte, mi Padre en persona le hizo ver la luz y saber cuál era elverdaderocamino.
Buher se sintió incomodo ante la presencia del sacerdote cristiano. Tenía tanta confianza con Damien que no dudó en manifestárselo.
-Te aseguro, Paul, que Dominic es de mi absoluta confianza – le respondió el Anticristo, serio – Además, estaba profetizado que acudiera a mí…
-¿Cómo es eso?
El Padre Dominic entendió que era su momento para hablar. Así lo hizo, recitando un pasaje del Apocalipsis que aludía a su persona:
-“Después vi otra Bestia que subía de la tierra; y tenía dos cuernos, semejantes a los de un cordero, pero hablaba como dragón. Y ejerce toda la autoridad de la primera Bestia en presencia de ella, y hace que la Tierra y los moradores de ella adoren a la primera Bestia…”
Al oír aquello, Buher sintió cierta indignación.
-Pero… ¡Se suponía que ese era yo! – exclamó. Damien se echó a reír, provocando que la indignación que sentía creciera mucho más.
-¡Mi querido amigo! – Damien le apoyó una mano en el hombro, consolándolo – Eres un aliado asombroso y un discípulo muy, muy aplicado de mi Padre, pero… ¿La segunda Bestia? ¿Tú?– negó con la cabeza – No. Ese es el Padre Dominic, mi sacerdote. El que legalizara y legislará mi culto oficialmente ante el público.
-¿Y yo?
-Tú eres un gran aliado, que no te quepa ninguna duda. Como tampoco que serás recompensado por tus años de servicio hacia mí. ¡Ahora estamos a solo un paso de la victoria! Siéntate. Es momento de revelaciones… es momento de Apocalipsis.
Por supuesto, Paul obedeció. Se sentó y guardó silencio. Sin embargo, el daño ya estaba hecho: Damien lo había degradado –de alguna forma– a un tercer lugar en su jerarquía infernal. De repente las convicciones con las que había vivido toda su vida se tambalearon. Observó al cura que le había robado su lugar. No casualmente se hallaba sentado a la derecha de la silla que el Anticristo ocupaba, un lugar que le habría correspondido a él. Hasta ese momento, ese sitio había sido suyo… Ya no más.
-Muy bien. Empecemos – Damien presionó un botón. Un holograma en 3-D se desplegó encima de la mesa, una proyección de unos símbolos escritos en el antiguo dialecto hebreo-arameo – La traducción de la primera parte del código bíblico ya está disponible para nosotros, gracias a los servicios del difunto Dr. Rosenberg y el conocimiento lingüístico del Padre Dominic. Son palabras proféticas que aluden a mí persona y mi destino.
-Entonces, ¿es cierto? – terció Buher – ¿Existe un código oculto en la Biblia?
-Así es. Pero me temo que, de momento, solo tenemos una parte. Ya tengo gente trabajando para traerme al único que puede descifrar el resto: el Dr. Michael Ironside.
-¿El colega de Rosenberg?
-Le necesito para completar el código. No te preocupes. Pronto se nos unirá – Damien señaló al holograma – Escucha: “Y habrá una primera señal: el Muro será destruido y él reconstruirá el templo. Hará la paz con el Pueblo de Dios, y durará siete tiempos”. ¿Qué te parece?
Buher analizó la frase traducida, la que también apareció en la pantalla holográfica. Frunció el ceño.
-¿Paz? Creí que sumiríamos al mundo en el terror…
-Paul, no estás pensando en grande – le recriminó Damien – Hay un mensaje muy claro allí. Dominic, si quiere hacer el favor de explicárselo…
-El Muro de los Lamentos será destruido – explicó el sacerdote – Luego, Damien firmará un tratado de paz entre Palestinos e Israelíes y reconstruiría su Templo. Durante siete años, el camino a la victoria será allanado.
-¿Todo eso dice ahí? – preguntó Buher, receloso. El sacerdote asintió – Damien, permíteme dudar de la veracidad de ese “código secreto”. Para empezar, ¿Quién lo puso ahí?
-¿Qué no es obvio? Acólitos de mi Padre – respondió el Anticristo – ¿Qué blasfemia puede ser más grande que esconder la Palabra del Diablo entremedio de la de Dios? Son instrucciones que mi Padre me ha hecho llegar, a través del tiempo y el espacio.
-De modo que nuestra agenda mundial se va a ajustar a un código escrito hace más de dos mil años – Paul no quería sonar irrespetuoso ante quien era su superior, pero la idea en sí misma le chocaba. Así como todavía le dolía e indignaba verse desplazado de su puesto en la infernal jerarquía de la que todos formaban parte.
-Así es – Damien apagó el holograma – Todavía falta conocer el resto del mensaje y su final. Para eso, necesito al Dr. Ironside. Por lo pronto, podemos usar lo que tenemos – sonrió e hizo señas. Alguien encendió una gran pantalla de TV colocada al fondo de la sala. Mostraba una panorámica del Muro de los Lamentos y las multitudes de peregrinos que acudían a él – Caballeros, consideren esa vieja pared demolida.
Ni bien acabó de pronunciar aquellas palabras el inmenso muro voló en pedazos, destruido por una terrible explosión.

El Código Armageddon (Cuatro)

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CAPITULO 4  

La reacción mundial ante la destrucción del Muro de los Lamentos por parte de “terroristas pertenecientes al ala extrema del islamismo” fue la que Damien astutamente había previsto: caos y confusión. Agentes suyos –acólitos de su secta– ubicados en puestos clave de poder en las altas esferas y en los medios de comunicación ayudaron a avivar el fuego de la hoguera del desorden y de la necesidad urgente de tomar medidas para que cosas como aquel lamentable atentado –que se cobró cientos de vidas inocentes y acabó con un importante patrimonio cultural y religioso– no volviera a suceder nunca jamás.
Contra viento y marea, Damien sorprendió a propios y ajenos al apersonarse en el sitio de la tragedia y ofrecer su ayuda. E hizo más: habló con los representantes de Israel y de Palestina, e intentó convencerlos de que depusieran su actitud hostil los unos con los otros para encausarse en un nuevo futuro juntos, en común.
-Hay un nuevo enemigo allí afuera que le importa poco vuestras diferencias sociales y religiosas – les dijo – Son los terroristas. ¿Y qué han hecho? Honor a su nombre: han causado terror a los habitantes de sus regiones. Ustedes tienen la oportunidad de demostrar a estas malas personas (y al mundo) que se equivocan. ¡Pueden tomar al toro por las astas y doblegarlo!
-Con el debido respeto, señor Presidente… ¿Qué pretende que hagamos? – le retrucó el Primer Ministro Israelí, Moshe Levi – ¿Iniciar una Guerra Santa contra los musulmanes?
-Por el contrario, mi amigo: es la paz lo que deben hacer. La paz es lo que Palestina e Israel deben firmar. Como garantía de ello, si así lo hacen de mutuo acuerdo, les propongo esto – y Damien desplegó sobre la mesa de negociaciones un enorme plano de su ambicioso proyecto: la reconstrucción del Templo de Jerusalén.
Ambos representantes de ambas regiones se quedaron pasmados y a la vez fascinados con lo que el carismático Presidente de los Estados Unidos les proponía. Se miraron entre sí y luego al Primer Mandatario norteamericano, quien les sonreía de oreja a oreja.
-¿Y bien? ¿Qué me dicen?  

Chicago. Estados Unidos.
Cierto tiempo después…
Paul Buher aguardaba pacientemente en el cementerio la llegada de la persona que estaba esperando. Mientras lo hacía, apretaba su abrigo negro contra su anciano cuerpo y observaba las lapidas de varias tumbas que tenía enfrente. Era una noche fría y clara. La luz de la Luna proporcionaba una cierta iluminación más que suficiente.
-“Robert y Katherine Thorn” – leyó en una – “Amados esposos y excelentes padres. Que el Señor los tenga en la gloria”– Buher suspiró. Leyó la siguiente lapida – “Richard Thorn. Que en paz descanse”. Ya lo creo que sí, viejo amigo. No me cabe la menor duda de que descansas en paz. Una pena que no llegaras a vivir para ver en qué se ha convertido tu “sobrino”. Aunque por otro lado, mejor no. No sabes cuánto te envidio…
Un ruido a sus espaldas provocó que Paul se volviera. Allí estaba quien esperaba.
-Sr. Buher – lo saludó el sujeto. Como él, usaba un abrigo negro y guantes en las manos para luchar contra la crudeza del invierno.
-Ah. Sr. Johnson. Al fin. ¿Tiene lo que le pedí con usted?
-Sí – Johnson le enseñó un paquete de cuero. Algo tintineó dentro – ¿Tiene usted la suma que acordamos?
Buher asintió. Levantó un maletín plateado y lo puso sobre una lápida. Lo abrió y le enseñó al otro fajos de muchos billetes. Pudo ver la codicia en los ojos de Johnson. Sonrió. “Una reacción predecible”, pensó.
Hubo un intercambio: Buher se quedó con el paquete de cuero y Johnson con el maletín y el dinero. Antes de despedirse e irse cada uno por su camino, se produjo el siguiente dialogo entre ambos:
-¿Qué planea hacer con eso, Sr. Buher? No creo que lo quiera para cortar carne…
-Ese, creo que es asunto mío, Sr. Johnson. ¿No le parece?
-Si me lo pregunta, esas dagas están malditas. Tanto el finado embajador Robert Thorn como su hermano Richard, cuyas tumbas tiene usted enfrente, murieron por culpa de esos objetos.
-Pierda cuidado, Johnson. Las dagas son lo último a lo que yo temería en este mundo. Créame: existen cosas peores 

Ya en la soledad de su lujoso penthouse y mientras se bebía un Whisky, Paul contempló los objetos que había adquirido por una elevada suma monetaria: las Siete Dagas Sagradas de Meggido.
Los siete puñales –recuperados clandestinamente de entre las ruinas del viejo Museo Thorn– yacían colocados uno al lado del otro sobre una mesa. Fascinado, Paul tomó entre sus manos uno y lo sopesó.
-…Y pensar que esto es lo único que puede matarte, Damien – dijo. Observó cómo la luz artificial reflejó su brillo en la hoja filosa del arma que sostenía. Con el ceño fruncido, la depositó con las demás – Ahora, tu destino está en mis manos. ¿Seré capaz de enterrar una de estas dagas en tu pecho? ¿Tengo motivos para sentirme inquieto? Damien, si supieras cuandecepcionadoestoy… cuan cansado.
Bebió un trago de Whisky. Luego arrojó con violencia el vaso a la chimenea encendida. Hubo un pequeño fogonazo cuando el alcohol fue consumido por las llamas.
-No tengo hijos, ni familia, ni nada que me ate a esta Tierra – siguió diciendo Paul para sí mismo – He vivido sólo para ti. He matado para ti. Para ti y la causa. Y, ¿en qué terminó todo?¡Un sucio y piojoso cura llegó y ocupó mi lugar! ¡Mí lugar!– levantó la voz – ¡Se supone que yo sería el Profeta! ¡Tú Profeta! Yo… Yo iba a ser la segunda Bestia. ¡YO!– se llevó las manos a la cara – Damien, estoy decepcionado… muy, muy decepcionado… y por eso, me temo que debo matarte.

El Código Armageddon (Cinco)

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CAPITULO 5  

Washington D.C.
Tres días más tarde.
Como de costumbre, una limusina aguardaba por Paul a su llegada a la ciudad capital. Como venia en un vuelo privado y gozaba de ciertos privilegios por ser amigo del Presidente, nadie lo revisó en el aeropuerto. Por suerte para él, ya que le iba a ser imposible explicar la presencia de la filosa daga oculta entre sus ropas…
Todo lo que duró el trayecto hasta la Casa Blanca, estuvo barajando los pro y los contra de lo que se disponía a hacer. Una especie de sexto sentido le gritaba que diera media vuelta. Que arrojara la daga en un rio y que se olvidara de todo aquello. Pero la indignación pesaba más. La indignación y la desilusión, las cuales se afianzaban al ver en el televisor del coche las noticias.
-Paz. Una palabra impensada para la región – decía el comentarista – Luego de la firma del tratado entre Palestina e Israel, el Presidente Thorn sigue sorprendiendo al mundo. Las obras para la construcción del nuevo Templo de Jerusalén han comenzado. Se estima que en tres años, los hábiles obreros de Thorn Construcciones lograran alzar esta majestuosa estructura, todo un símbolo para la religión judía. Todo el mundo ha respondido positivamente a la iniciativa del Presidente y su popularidad ha crecido enormemente. Se rumorea que el próximo premio Nobel de la paz será suyo…
-Se suponía que sumiríamos al mundo en el terror – murmuró Buher – no en la paz – aferró el mango de la daga oculta entre sus ropas – Damien, estás errando el camino totalmente. Debo detenerte.  

Damien recibió a Paul en el Despacho Oval. Estaba exultante. Nadie del servicio de seguridad del Primer Mandatario revisó al empresario. ¿Para qué? Él no era el enemigo. Inconscientemente Buher se palpó la daga escondida bajo su traje. Los únicos en la habitación eran el Anticristo y él… y el horrible Rottweiler, quien permanecía echado al lado de su amo, en guardia.
Buher miró al can y el animal le devolvió el favor. Aquellos ojillos suyos parecían brillar con cierta malevolencia satánica. Parecía que el chucho sospechara algo…
-¿Estás bien? – le preguntó Damien. Paul se sobresaltó.
-¿Eh? Sí, sí. Estoy bien. Con un poco de frio, es todo. A mi edad, las corrientes de aire son fatales, je.
Damien lo miró fijamente un segundo. Acabó encogiéndose de hombros y restándole importancia. Volvió hacia él un monitor de computadora.
-Tenemos un nuevo mensaje del código – le anunció – Una nueva revelación de mi Padre para mí. Aunque esta vez no está todo tan claro. Mira: “Y el Príncipe de las Tinieblas caerá, pero sólo para levantarse y ser Rey. Y el mundo se maravillará ante él y le adorara”. Si he de creer en la interpretación que me dio Dominic esta mañana, tengo que pensar que sufriré un atentado de alguna clase, algo por demás impensado. Para variar, soy el Presidente de los Estados Unidos y estoy rodeado de seguridad las 24 horas del día. Y si eso no fuera suficiente, mis poderes me protegen contra todo daño físico – Damien caminó hasta una ventana. Le dio la espalda a Buher, de modo que no pudo ver cómo éste palidecía visiblemente – Así que, ¿Cómo debo interpretar ese pasaje? A decir verdad, lo único que podía dañarme yace bajo escombros en lo que alguna vez fue el Museo Thorn. ¿Tienes alguna idea, Paul?
-Yo… - empezó a decir y no pudo seguir. Se hizo el silencio.
Siempre dándole la espalda, Damien lo sorprendió una vez más cuando dijo:
-¿El nombre de Johnson te dice algo, Paul? – preguntó – Mi Servicio de Inteligencia me ha contado algo muy curioso: me dijeron que se encontró contigo hace poco en un cementerio de Chicago, justo enfrente de las tumbas de mi padres terrenales y de mi tío. ¿Alguna razón para que te vieras cara a cara en secreto con un conocido contrabandista de antigüedades?
La respuesta de Buher fue sacar la daga de su escondite y darle una estocada mortal en plena espalda. Damien aulló como un animal -¿un chacal?- al clavarse la hoja del puñal y ser sacada. Al mismo tiempo, se sucedieron varias cosas simultáneamente: un trueno estalló fuera y el perro negro se abalanzó furioso sobre el anciano, las fauces abiertas y los colmillos listos para desgarrar.
Con una agilidad impropia para un hombre de su edad, Buher recibió al can alzando la daga otra vez e incrustándosela en la cabeza. Aquello funcionó: el perro quedó ensartado y murió en el acto.
Jadeando, Paul miró lo que había hecho. Damien yacía en el suelo, mortalmente herido. El empresario se le acercó… tenía que rematar la faena.
-¡Señor Presidente! ¡Señor Presidente! ¿Se encuentra bien? – escuchó decir fuera de la oficina.
-¡Apártense de mi camino! – rugió otra voz – ¡Damien me necesita!
Buher vio con súbito terror la entrada del Padre Dominic en la sala. Pareció que el tiempo se congelaba. El sacerdote observó a Damien en el piso y al perro muerto, y luego a Paul… ¡Y sonrió!
-Veo que tenemos a un Judas entre nosotros – comentó. Se volvió y cerró la puerta tras de sí, dejando fuera a los nerviosos guardaespaldas – Felicitaciones, Sr. Buher. Ha hecho exactamente lo que esperábamos que hiciera.
-¿Qué…?
-Por esa puerta que ve ahí a la izquierda, casi oculta por ese cortinado, hay una salida de emergencia. Lo conducirá a un ascensor, luego a un pasillo y finalmente directo a la calle, fuera de la Casa Blanca. Le sugiero que la use ya mismo. Estoy a punto de avisarles a los guardias que ha intentado matar al Presidente…
Buher no se quedó para ver cómo cumplía con lo que decía. Atropelladamente utilizó la salida de emergencia y huyó de la escena del crimen. Sabía que no existía lugar alguno de la Tierra en que podía estar a salvo, pero también le quedaba claro una cosa: lo habían utilizado. Como un títere, había ejecutado los designios de oscuras fuerzas del Más Allá.
Si Damien sobrevivía –y estaba seguro que así iba a ser– no pararía hasta matarlo. Comenzaba para él una carrera contra el reloj y en esos momentos de agotada fuga decidió que si no podía destruir a Damien, se aseguraría de aguarle la fiesta.
Tenía que acudir con la única persona en el mundo que podía hacerle frente al Anticristo: el Dr. Michael Ironside.

El Código Armageddon (Seis)

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CAPITULO 6  

El sonido de un trueno retumbando en la lejanía despertó de su sueño a Michael. Inquieto e invadido por una extraña sensación de pesadez, el investigador se levantó de la cama y observó por una ventana al exterior de su apartamento.
-¿Qué pasa? – le preguntó Casandra Reynolds, uniéndosele. Se abrazó sensualmente a su espalda y miró con él hacia fuera.
-¿No lo notas? El aire huele cargado – dijo él, preocupado – Se acerca una tormenta.
-Hmmm. Sí. Está aquí justito en tu cuarto, conmigo – la bella periodista lo besó en la nuca, estremeciéndolo.
Nunca jamás en su vida se sintió tan sexualmente satisfecho y pleno como con Casandra. Debía reconocer que aquella mujer lo volvía loco y lo absorbía por completo. Había sido capaz de apartar de su mente las preocupaciones por la misteriosa muerte de su amigo Rosenberg. Sin embargo, justo en ese momento, Michael tuvo que reconocer también que aquella situación idílica no podría durar eternamente: alguien había matado a David y robado su descubrimiento. Pero, ¿Quién? ¿Y para qué?
-Vamos… volvamos a la cama – le ronroneó Casandra, tirando de él. Se estaba dejando llevar justo cuando pasaron en simultáneo dos cosas: el teléfono celular de la periodista sonó y llamaron a la puerta de su apartamento.
-Oh, rayos – Casandra manoteó el teléfono. Iba a apagarlo, cuando de repente vio el número de quien la llamaba en la pantalla – Humm. Discúlpame un segundo, ¿sí? Debo atender. Es mi jefe – se excusó y se dirigió al baño.
Vistiéndose con un albornoz, Michael fue hasta la puerta para ver quién golpeaba en ella con tanta urgencia.
-¿Quién es? – preguntó.
-¿Michael Ironside? – preguntó a su vez alguien. Era una voz agitada, como si la persona hubiera estado corriendo.
-Sí. ¿Quién es?
-Mi nombre es Paul Buher, CEO de Industrias Thorn. Sé que le parecerá extraño, pero tengo que hablar con usted. Ya mismo.
Michael dudó si abrir o no la puerta. Conocía ese nombre de las noticias en la tele, pero ni en sueños esperó que tamaño sujeto llamara a su puerta así sin más, como cualquier hijo de vecino. Despacio, espió por la mirilla: vio a un hombre mayor bien trajeado que se apretaba contra un rincón. Un hombre igualito al verdadero Paul Buher, tal y como el empresario salía en la tele y en los periódicos.
-Señor Ironside, es imperativo que me deje entrar – suplicó Buher – Debemos hablar.
Michael entreabrió la puerta un poco, todavía receloso. Dejó el seguro puesto.
-¿Sobre qué exactamente debemos hablar?
-Su trabajo. El código en la Biblia. La muerte de David Rosenberg. Yo sé quién le mató y por qué.
Esta vez Michael no lo pensó. Quitó el seguro y Buher entró. Lo hizo echando furibundas miradas hacia el interior del apartamento.
-¿Está solo? – preguntó.
-¿Qué?
-Que si está solo.
-No. Es decir…- Michael tartamudeó – Me temo que no es buen momento, señor Buher.
-No importa – Paul suspiró – Escúcheme atentamente lo que voy a decirle. Su vida y la de millones de personas depende de esto: Damien Thorn es el culpable de matar a su amigo.
-¿Qué dice?
-¡Damien Thorn es el Anticristo! – soltó Buher, al límite de sus fuerzas. Ya no podía contenerlo más. Soltó la verdad oculta, después de tanto tiempo – ¡Lo ha sido por más de treinta y tres años! ¡Él mandó a matar al Dr. Rosenberg para robar su trabajo! Está convencido de que en ese dichoso código bíblico suyo se halla la revelación de su verdadero padre, el Demonio. ¡Todo lo que ha hecho hasta ahora es seguirlo al pie de la letra!
-Pero… pero… ¿Qué dice?
-Damien es el Hijo de la Perdición. ¡Su ascensión al poder ha sido una artimaña orquestada durante años por una secta satánica a nivel global! Secta de la que yo formaba parte…
-Un momento, un momento… Sr. Buher, ¡no entiendo nada!
-¡Despierte, Michael! El Hijo de Satanás le necesitará para acabar de desentrañar el código y así aniquilar a la raza humana. ¡Debe usted ponerle fin con esto! – Paul extrajo de entre sus ropas la daga de Meggido y se la entregó – Es lo único que puede matarlo. Debe usted usarla.
-¿Está loco? ¿Quiere que mate al Presidente de la Nación con esto?
-¿Es que no me ha escuchado? – Paul alzó la voz – ¡No es humano! ¡Es un demonio! ¡Es el Hijo del Diablo! Debe…
El ruido atronador de un disparo acabó con la vida de Buher. Se desplomó en el piso, muerto de un balazo en el pecho.
Absolutamente confundido, Michael se volvió… sólo para ver a Casandra empuñando una pistola con una mano y su celular con la otra. Su rostro estaba crispado por la ira.
-¿Casandra? ¿¿Qué has hecho??
-¡Ha intentado matar a Damien! – aulló, con lágrimas en los ojos – ¡Ese hijo de puta traidor ha intentado darle muerte al Salvador!
-¿Qué?
La periodista se acercó al muerto y le dio un puntapié, furiosa.
-¡Ha intentado matar al verdadero Hijo de Dios! – proclamó, fuera de sí.
-Oye… está bien, está bien… ¿Por qué no bajas esa arma, eh? Bájala y hablemos.
Pero Casandra no le hizo el menor caso. Se llevó el celular al oído y dijo:
-Está hecho: ¡el traidor está muerto! ¿Qué hacemos con Ironside?
El tono frio con el que habló de él le chocó enormemente. Un cambio de personalidad se había operado en ella. Ya no era la misma mujer con la que había yacido en la cama y compartido los últimos días.
-Lo necesitamos vivo, de momento – dijo el Padre Dominic del otro lado de la línea – Me imagino que Buher llegó a contarle algo y a entregarle la daga…
-Así parece.
-Muy bien. Los muchachos ya van para allá. Reten a Ironside y aguarda su llegada.
-Entendido – Casandra cortó. Apuntó a Michael directamente a la cabeza y sonrió – Estás de suerte, Mike. ¡Has sido elegido! Y nada menos que por el Profeta del Señor…
-Casandra, por favor. ¡No entiendo nada de todo esto! Baja el arma y hablemos, ¿sí?
-No te preocupes, Michael: entenderás. Y también, como yo, veras la luz de la verdad. 

El Código Armageddon (Siete)

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CAPITULO 7  

Interior del bunker subterráneo.
Bajo la Casa Blanca.
Michael permanecía en silencio sentado frente a la mesa de la sala de reuniones, con la vista fija en la nada. Dos fornidos guardaespaldas cuidaban que no hiciera ningún movimiento extraño. En vano, por supuesto: luego de oír de boca del Padre Dominic la verdad, su mente se había sumergido en un torbellino de angustia y desesperación. De auténtica confusión. Repentinamente su bien ordenado mundo se había tambaleado y desplomado. Su agnosticismo –compañero fiel de toda su vida– le parecía ahora algo ridículo y más habiendo oído toda la historia de Damien, su origen y propósito. Y si dudaba de todo ello, ahí estaba la daga que Buher le había entregado momentos antes de morir. Yacía sobre la mesa con otras seis iguales más, colocadas en fila.
-Ella dijo que él es el Salvador – murmuró. El Padre Dominic, sentado a la cabeza de la mesa (lugar que solía ocupar Damien) alzó la vista de unos papeles que estaba leyendo y lo miró – El Hijo de Dios… ¿Qué oscura perversión es esta?
-Ah. Se refiere a Casandra – el sacerdote asintió. Pareció tomar una decisión. Finalmente les ordenó a los guardaespaldas que se retiraran y los dejaran solos – Sí. Eso es lo que ella y muchos acólitos creen.
-Una mentira…
-Una mentira necesaria – Dominic sonrió – Vamos, Dr. ¿Usted cree de verdad que la gente nos seguiría si les dijésemos que es al Diablo a quien adoramos? ¿Que Damien es Su hijo?
-Entonces es verdad. Al menos, eso lo es: Damien es el Anticristo– Michael hizo una pausa. Observó al sacerdote a los ojos – ¿Dónde está? ¿Qué le ha pasado?
-En estos momentos, Damien se halla hospitalizado de urgencia y pelea por su vida. Eventualmente, perderá la lucha.
-¿Qué quiere decir?
-Damien tiene que morir para cumplir con la profecía. Con el mayor de los milagros: su resurrección.
-¿Qué está diciendo?
-“Y el Príncipe de las Tinieblas caerá, pero sólo para levantarse y ser Rey. Y el mundo se maravillará ante él y le adorara”– recitó el cura – Está en el código cifrado. Damien ha de morir para completar su destino. Si tiene dudas al respecto de lo que le digo, oiga lo que la misma Biblia dice al respecto por sí misma: “…Pero su herida mortal fue sanada y se maravilló toda la Tierra en pos de la Bestia. Y adoraron al dragón que había dado autoridad a la Bestia, y adoraron a la Bestia, diciendo: ¿Quién cómo la Bestia, y quién podrá luchar contra ella?”
Silencio. Michael resopló.
-¿Qué quieren de mí? ¿Por qué me han contado todo esto? ¿Qué papel juego yo?
-Tenemos el código y el programa para descifrarlo, pero nos falta el final. Por alguna extraña razón, mi querido doctor, la clave para completarlo parece ser usted.
-¿Y si me niego a hacerlo?
Dominic rió.
-No puede. No se preocupe, Michael. Una vez cumplida su misión, le prometo que tendrá opciones para escoger por sí mismo: vida eterna o por el contrario, la aniquilación perpetua.
-O, lo que es lo mismo: servir a Damien o morir…
-Piense esto: al menos usted podrá decidir. Cientos, miles de cristianos en el mundo no tendrán tanta suerte.
A Michael le chocó la sonrisa diabólica que el sacerdote apostata le dirigió, pero tuvo bien no decir nada al respecto. 

Y la profecía bíblica se cumplió.
Damien, ingresado urgentemente en un hospital de Washington con toda la pompa que le correspondía a un Primer Mandatario, acabó falleciendo. Para los médicos y enfermeras que lo atendían, el deceso del joven Presidente fue inesperado y a la vez un durísimo golpe. La prensa y todos los medios de comunicación –radio, televisión, internet, etc– se hicieron eco de la triste noticia. De repente, todo el mundo lloraba la pérdida del carismático líder y manifestaba de una u otra forma su pesar.
Se celebró el funeral. Numerosas figuras conocidas de los medios del espectáculo y dignatarios de diversos países del orbe se dieron cita. Entre imágenes de llantos y congoja, y con un cortejo fúnebre compuesto por cientos de personas, el féretro con el cuerpo fue llevado al cementerio, donde se planeaba darle cristiana sepultura.
Un sacerdote de voz meliflua ofició el responso en la capilla ardiente, hablando sobre las bondades y virtudes del difunto, y cuando la ceremonia fúnebre llegaba a su fin, el oscuro milagro tuvo lugar.
Comenzó con un temblor en el ataúd, seguido de un vivísimo resplandor. Ante los ojos atónitos de todo el planeta, el cajón se abrió y el difunto –vuelto a la vida– los observaba a todos ataviado de una bellísima túnica blanca. En su rostro sólo podía leerse una expresión: PAZ.
-¡Milagro! ¡Milagro! – gritaron quienes contemplaron el fenómeno. Un paroxismo histérico se apoderó de las masas y ese fue el momento que el Padre Dominic estaba esperando para entrar en escena. Parándose ante los espectadores y las cámaras de televisión, el cura se postró ante Damien y proclamó a quien quisiera oírlo que el joven era el verdadero Mesías, el enviado de Dios que llegaba para salvar al mundo.
-¡Señor Thorn! ¡Señor Thorn! – gritó un periodista, haciéndose oír por sobre la multitud – ¡Este hombre dice que usted es el Cristo! ¿Qué tiene para decir al respecto?
Como toda respuesta, Damien lo miró. Su resurrección de alguna manera lo había cambiado profundamente y sus ojos –antes oscuros– ahora parecían brillar iluminados por una luz ultraterrena.
El periodista insistió de nuevo con la misma pregunta. A él se unieron todos los demás que estaban presentes, exigiendo a viva voz una respuesta: “¿Es usted el Cristo?”
Damien suspiró y les respondió:
-Lo soy.

El Código Armageddon (Ocho)

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CAPITULO 8  

El bunker subterráneo.
A través de una gran pantalla de televisión, Michael observó con muda gelidez los acontecimientos que se sucedían en la superficie. El mundo se había visto sacudido tres veces: primero con la muerte de Damien. Segundo, con su resurrección. Y tercero, con las palabras surgidas de su boca, proclamándose el Cristo, el Mesías.
La Tierra entró en shock. Todos habían presenciado un auténtico milagro en vivo y en directo. Damien estaba muerto, pero ya no. Hubo médicos reputados que certificaron el fallecimiento, pruebas irrefutables de la veracidad de los hechos.
Pero como si su sola presencia no bastase, el propio Damien habló al mundo. Esto fue lo que el “Mesías” les dijo:
-Hoy, amigos míos, ha empezado una nueva era… la Era de la Liberación. Después de dos mil años de permitir la Apostasía, el Señor, mi Padre, ha decidido cambiar las cosas y renovar la fe. Sepan que fui enviado por Dios para corregir los males del pasado y denunciar las falsas doctrinas y a los falsos maestros que los han  esclavizado por tanto tiempo. Y eso es lo que Yeshua fue. Un falso profeta, un mentiroso. ¡El Nazareno no era el verdadero Hijo de Dios! Por el contrario, su padre era el Diablo y sus verdaderas intenciones eran esclavizar a la humanidad. ¡Durante dos mil años, él les negó la libertad y la felicidad que el Dios verdadero tenía reservadas para todos ustedes! El colmo del oprobio fue la crucifixión y el apostolado falso y mentiroso que vino después… Hoy, todo eso acabó. ¡He venido a romper ese dominio! He venido a traerles la paz…
Una ovación inmensa escapó de los labios de la multitud. Todos habían creído sus palabras, todos. ¡Y estaban felices! Michael vio, asqueado, cómo la gente se postraba ante Damien y lo adoraban…
-Dios mío. Esto es un horror – comentó, en voz alta.
-Por el contrario, Doctor. Es un milagro – dijo una voz a sus espaldas. Michael se volvió y allí mismo se topó con él en persona: Damien Thorn, el Anticristo, el Hijo del Diablo. Ya no llevaba la túnica blanca que utilizara durante su resurrección. Volvía a estar vestido con un elegante traje de negocios – Un milagro que Rosenberg y usted hicieron posible – sonrió – Gracias.
-¿Cree que se saldrá con la suya? ¡Tarde o temprano, el mundo sabrá la verdad!
-El mundo sabrá tan sólo lo que le conviene saber: que yo soy el verdadero Hijo de Dios y que Dominic es mi Profeta.Mi culto va a crecer y el cristianismo (el viejo cristianismo) va a desaparecer. ¡Para siempre!
-¡Está usted demente!
-No, Doctor. No lo estoy. Ahora, si fuera tan amable – Damien le señaló una terminal de computadora – Necesito que le dé una manito al programa traductor. Finalice el código para mí. ¡Permítame conocer los últimos designios de mi Padre y mi destino se habrá completado!
-No – Michael se plantó, desafiante – No lo haré.
Damien le propinó un golpe. El investigador salió despedido por el aire, aterrizando sobre la mesa de la sala de reuniones. Escupiendo sangre, divisó algo allí: las dagas de Meggido.
-El código, por favor – dijo Damien, acercándosele – Vamos, Doc. ¡No sea idiota!
Michael aferró una de las dagas y se volvió hacia él. Se la incrustó en el pecho sin vacilación, directo al corazón. Damien lo miró, enarcando una ceja. Acto seguido, se sacó el puñal como si nada. La herida se curó automáticamente.
-¡No puede ser! – Michael retrocedió, espantado – ¡Buher dijo que esto era lo único que podría matarte!
-Usted mismo lo ha dicho: era. Tiempo pasado. Mi resurrección ha cambiado las cosas. ¿Estas dagas? Ya no son nada – arrojó el puñal al piso, despreciándolo – Ahora, Michael, tiene dos caminos: o me da lo que quiero y completa el código, o lo mataré. Usted elige – como para afianzar aquella amenaza, los ojos de Damien cambiaron. Las pupilas se volvieron dos canicas negras como el ébano.
Aquellos ojos-abismo lo observaron, aguardando, esperando su decisión…
Mudo de terror, Michael ya no vio otra salida. Ocupó resignado su lugar frente al ordenador y comenzó a trabajar. Junto al programa ideado por Rosenberg, reveló el ultimo código encriptado en la Biblia. Varias palabras escritas en hebreo-arameo relucieron en pantalla seguidas de su traducción. El mensaje decía lo siguiente: “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin… El que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso”.
Al verlo, Damien palideció. Michael comprendió su terror. ¡Era la firma de quien había colocado el mensaje! Era la firma de Dios.
Al instante una luz tremenda invadió la habitación. Era un resplandor vivísimo, como un relámpago. Damien retrocedió, cubriéndose el rostro. Una figura se había materializado, una figura celestial llena de esplendor y de poder.
Michael se quedó sin aliento. A diferencia del hijo del Demonio, la luz no lo encandilaba ni hería. Pudo ver directamente a quien había llegado hasta el más mínimo detalle: era un hombre joven, vestido con una túnica blanca, cabellos largos y una barba sobre su hermoso rostro de ojos claros. Sobre su cabeza, llevaba una corona de espinas y en sus manos, los estigmas de la crucifixión.
-¡Nazareno! – rugió Damien, furioso.
-Yo soy el Primero y el Último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amen. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades – dijo Jesús, con voz potente como de trompeta.
El Anticristo cayó a sus pies, doblegado. Una fuerza superior lo obligaba a hablar de nuevo ahora. Lo obligaba a reconocer la autoridad del verdadero Hijo de Dios.
-Nazareno… tú… eres… ¡Eres el Señor!
La visión celestial desapareció. Así como vino, se fue. Jadeando, Damien se incorporó. Miró a Michael con odio, pero no hizo ademan de dañarlo.
-¡Márchese! – le ordenó – Él le protege. No lo puedo tocar. No aun.
Michael no iba a ser quién para discutir la realidad de aquella afirmación. Rápidamente, huyó del lugar. Nadie lo detuvo.
Ya más sereno, Damien se acomodó tranquilamente la corbata de su traje y suspiró. Elevó la vista al techo y sonrió con malevolencia.
-Nazareno – dijo – No has ganado nada… ¡Esto recién empieza!  

“Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca.” 

Apocalipsis 1:3 

FIN
(Por ahora…) 

Memorias de un Exorcista, del Padre Gabriele Amorth

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El Padre Gabriele Amorth, sacerdote paulino, se conoce hoy día como el exorcista más famoso del mundo. Pero pocos saben que antes de convertirse en sacerdote, fue a la guerra, era partidista y licenciado en Derecho. El cardenal Ugo Poletti, en Roma, lo invitó a acompañar al padre Candido, un gran exorcista. Así fue el comienzo de lo que él llama su “profesión”, y que lo enfrenta cara a cara con el diablo todos los días, a través de ritos de exorcismo y oraciones de liberación que buscan un alivio para muchas personas poseídas. Esta práctica diaria de la lucha contra Satanás hizo al Padre Amorth, a través de la experiencia de decenas de miles de exorcismos, el experto más reconocido sobre el tema del exorcismo y el combate contra el mal.
SOBRE EL AUTOR:
El padre Gabrielle Amorth (Módena, Emilia, 1 de mayo de 1925), es un sacerdote italiano y conocido exorcista de la diócesis de Roma.  Gabriele Amorth ingresó en la Sociedad de San Pablo donde fue ordenado sacerdote en 1954. Conocido exorcista y experto en Mariología, es presidente honorario de la Asociación Internacional de Exorcistas. Entre sus obras más conocidas destacan “Memorias de un exorcista” y “Habla un exorcista”.
MI OPINION SOBRE ESTE LIBRO:
Maravilloso libro, este, en el cual el lector puede conocer de primera mano la experiencia de uno de los curas exorcistas más famoso del mundo. A través de una serie de entrevistas, el periodista Marco Tosatti nos acerca la historia del Padre Gabriele Amorth, un hombre de fe que día a día tiene la más dura tarea de todas: vérselas cara a cara con el Maligno.
El libro, más que una biografía del sacerdote, es un compendio de casos genuinos de posesión diabólica y demás manifestaciones provocadas por el Demonio y sus huestes. El Padre Amorth responde a todas y cada una de las preguntas, despejando las dudas durante el trayecto de lo que dura la lectura de esta obra, libro por demás nada difícil de leer. Al menos, a mí me ha resultado fácil de digerir.
Llamativas me han resultado algunas cuantas cosas de la obra, pero la principal y la que me puso los pelos de punta ha sido la revelación que el Padre Amorth le hizo a Tosatti acerca de la existencia de satanismo en el seno de la misma Iglesia Católica. ¡Imaginarme a miembros de la Curia –obispos o cardenales– acudiendo a las terribles “misas negras” y a su vez, luego yendo al Vaticano a hacer su trabajo diario, me ha asustado terriblemente! Pero es como dijo cierto Papa una vez: “El humo de Satanás se ha filtrado en la Iglesia”.
Este libro fue escrito siendo Benedicto XVI el Papa de turno. ¿Tendrá ahora la difícil tarea de lidiar con esta gente de doble cara nuestro amado Papa Francisco? ¿Sabrá el Santo Padre la terrible revelación que el Padre Amorth confiesa entre estas páginas? Vaya uno a saber. Yo, al menos, no lo sé. Pero no por algo Su Santidad dijo hace poco que “el Diablo existe”. Por algo lo habrá dicho, sin lugar a dudas…
EN SINTESIS:
El libro es altamente recomendable. Si bien carece de una biografía real sobre el Padre Amorth (lo repito: es más un libro sobre casos de posesión y lo que rodea a esa fenomenología) es muy interesante y muy instructivo. Me ha gustado mucho.
Saludos a todos.

¿Anne Rice vuelve a los vampiros?

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Lo confieso: soy el último en enterarse de la novedad que anda circulando como agua de rio por la red. Dicen que Anne Rice retomaría sus clásicas “Crónicas Vampíricas” después de estar alejada de ellas durante muchísimos años. Y, según dicen también, el libro en cuestión –que, como no podía ser de otra manera, tendrá al vampiro Lestat de protagonista– será una especie de secuelaa los sucesos narrados en La Reina de los Condenados. Lo que nadie aclara bien –o lo que yo no entendí bien– es si la Sra. Rice va a hacer “borrón y cuenta nueva” a partir de ahora, tomando como partida los primeros tres libros de la saga (Entrevista con el Vampiro, El Vampiro Lestat y La Reina de los Condenados) y dejando de lado todo lo que vino después, o si muy por el contrario la continuidad creada con anterioridad sigue siendo válida pero para esta nueva aventura se toma como punto de partida el incidente del despertar de Akasha. No tengo la más mínima idea y sigo sin que nadie me lo pueda explicar.
Si la idea es ignorar limpiamente todo lo que pasó después de La Reina de los Condenados y hacer un salto en el tiempo con los personajes hasta nuestra época, pues desde ya me parece una aberración. Leo gente que dice y re-contra dice que lo único que valen de las Crónicas han sido los primeros tres libros y que lo demás sobra. Me permito disentir: los primeros tres libros son muy buenos, el cuarto es flojo, el quinto es mi favorito, el resto… del resto sí que pueden prescindir.
No hay caso: pasan los años y a la gente le sigue molestando Memnoch, el Diablo. ¡Y resulta que es, para mí, el mejor libro de las Crónicas lejos! Pero claro, yo soy un bicho raro. El fan incondicional de la Rice, al leer esta declaración mía, debe pensar: “Que idiota”. Allá él (o ella. Nunca se sabe). Yo era un fan incondicional de Anne en sus mejores épocas. Sus últimos trabajos me alejaron totalmente. El regreso de Lestat no me desagrada, pero me temo que esto sea –en el fondo– una mala idea.
Alguien que me aclare qué es lo que se propone hacer realmente Anne: borrón y cuenta nueva y lo único válido son los tres primeros libros, o toda la historia (y evolución) de los personajes conocida hasta la fecha sigue siendo vigente y la nueva aventura de Lestat y compañía es sólo eso, una nueva aventura. Si alguien me lo explica bien, se lo agradeceré enormemente. Gracias.
PD: Me temo que, pese a que Anne vuelva con Lestat, lo más probable es que no la lea. Hace muchísimotiempo que los libros sobre vampiros (y la literatura de vampiros en general) dejo de agradarme.
PD2: Lo reafirmo por si no se entendió: AMO “MEMNOCH, EL DIABLO”. Es mi Crónica favorita. ¿No es la tuya? Una pena. Sobre gustos… y lo que sigue.
PD3: ¿Qué pasó con la Trilogía de Cristo? ¿La Sra. Rice recapacitó y se dio cuenta de que eran libros malos o qué? Según tengo entendido, faltaba un libro más para completarla...

La Abominación (Uno)

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(Escrito por Federico H. Bravo)  

“…Y se permitió a la Bestia proferir palabras altaneras y blasfemas […] Ella abrió la boca para maldecir a Dios y blasfemar contra Su Nombre y Su Santuario, y contra los habitantes del cielo”.
Apocalipsis 13:5, 6 

PROLOGO  

Subiaco. Italia.
1976. interior de una vivienda.
El Padre Dominic, un sacerdote joven, observaba y asistía a su mentor, el anciano y fatigado Padre De Carlo, en el exorcismo de una niña. La poseída –de tan sólo 11 años de edad– yacía acostada sobre la cama, fuertemente amarrada por unas correas. Ambos curas se hallaban en su dormitorio y desde que pusieran un pie allí dentro, la niña no paró de insultarlos y de escupirlos con una voz gruesa y horrible.
Dominic estaba muy impresionado por lo que veía. Hacía relativamente poco que había sido designado por sus superiores como nuevo ayudante del viejo exorcista. Cuando se le ocurrió la inocente idea de preguntar qué le pasó a su predecesor, la única respuesta que recibió fue un inquietante: “El Padre Emilio tuvo un accidente. Uno muy desafortunado: rodó por unas escaleras y se partió el cuello. Murió hace poco”.
Con tamaño panorama, Dominic había ocupado el puesto y ahora, mientras que De Carlo y él intentaban liberar a esa feroz endemoniada del espíritu satánico que la poseía, el joven cura se arrepentía enormemente de haber aceptado aquél nefasto cargo…
-¡Vete, Satanás! – increpaba De Carlo, Biblia y crucifijo en mano – ¡El Señor te manda dejar a esta pobre niña! ¡Vete y no regreses más!
Como respuesta a esta demanda, el Diablo se echó a reír. Fue una carcajada que le puso a Dominic los pelos de punta.
-¿Qué “señor” es ese que tanto invocas, cura piojoso? – insultó el Demonio – ¡Sólo hay un Señor! ¡YO!
Otra carcajada diabólica. De Carlo suspiró. Abrió la Biblia y comenzó a leer. Ante cada párrafo que recitaba, el Demonio se mofaba de él y hasta bostezaba. Pasó una hora y Dominic no vio ningún cambio, ninguna mejora. ¿Es que acaso Dios no pensaba ayudarles? La niña era un guiñapo; pura piel y hueso. ¿Iba el Altísimo a permitir que el Maligno adversario se saliera con la suya y ganara esta batalla? ¿No pensaba mover un dedo por ella, siquiera?
-Hace rato que tiró la toalla – Dominic se sobresaltó. El Diablo se dirigía a él. ¡Le había leído el pensamiento! – Hay que decirlo: Dios está muerto – sonrió, feroz – y creo que tú y yo lo sabemos mejor que nadie, Dominic.
El Padre De Carlo paró de leer. Se dio cuenta de que Satán trataba de atacar espiritualmente a su ayudante. De forma imperativa, le ordenó al joven:
-¡No lo escuche, Dominic! No olvide ante quién estamos. ¡El Diablo en persona! Recuérdelo: anda como león rugiente, listo para devorarnos en un descuido…
-“Arr”, “arr”– se mofó el Demonio, imitando el gruñido de un león. Luego volvió a reírse a carcajadas.
-No lo escuche – insistió De Carlo – Rece. Rece y ore a Dios para que libere el alma de esta pobre niña.
-Cierto. ¡Reza, Dominic! ¡Como lo hiciste por tu padre enfermo! Como lo hiciste para que no se muriera consumido por el cáncer. ¡Oh! ¡Espera un minuto! ¿Dios escuchó ese rezo, esa oración? Creo que no.
De Carlo volvió a leer la Biblia. Lleno de ira, el Demonio atacó al joven cura con más virulencia.
-¡Dios dejó morir a tu padre, Dominic! ¡Murió sufriendo!¿Qué clase de dios bondadoso permitiría eso? ¡Conoces la respuesta en tu corazón! Dila.
Dominic retrocedió, temblando. Cerró los ojos y se tapó los oídos, en un vano intento para no ver ni escuchar al espíritu del Mal. El Diablo lo siguió acicateando.
-Ningún dios benevolente podría haber permitido eso – continuó Satán – Lo sabes. ¡Tú mismo llegaste a esa conclusión!
-No, no, no… - susurró Dominic.
-Ahora, la buena noticia: te he escogido.
El joven cura abrió los ojos y lo miró, perplejo.
-¿Qué?
-¡No lo escuche, Dominic! – le advirtió De Carlo.
-El mundo muy pronto será mío. Voy a mandar a mi Hijo para que lo controle. Las piezas del mecanismo que le llevaran a la conquista del poder entre los hombres están en marcha en este momento. Y yo te he elegido, Dominic – el Diablo lo miró a través de los ojos de la niña con deseo – ¡Te espera un destino de grandeza! Serás el Profeta de mi Hijo. ¡Serás el más grande! ¡Tendrás gran poder y riqueza! Sólo… sólo tienes que aceptarme. Sólo tienes que permitirme entrar en ti.
-¡Dominic! ¡No lo oiga! – ordenó De Carlo, tajante – ¡Está mintiéndole!
-No. En este caso, digo la verdad – el Demonio hizo una pausa, relamiéndose – Dominic, los dos sabemos que sirves al dios equivocado. Todavía no es tarde para corregir esto. Si haces lo que te digo, te prometo que veras grandes cosas. Sólo… sólo tienes que aceptarme.
El joven cura dudó. Lo hizo de verdad. De Carlo leyó la Biblia en voz alta con más ahínco. Satán aguardó, pacientemente por una respuesta.
-Yo… yo…- balbuceó Dominic. La batalla espiritual en el interior de su alma tuvo pronto un lado vencedor. Se rindió ante lo evidente – ¿Qué tengo que hacer?
-Mata al cura.
El Padre De Carlo cesó abruptamente de leer cuando Dominic lo ahorcó con sus propias manos. El anciano apenas se resistió, tal era la sorpresa que se llevó y la fuerza con que el otro le atenazó. Muerto el exorcista, el Demonio dentro de la niña dio otra orden:
-Ahora, ven aquí – como un muñeco sin voluntad, Dominic obedeció – Muy bien. Buen chico. Y ahora, bésame. En la boca.
Cuando el sacerdote besó a la niña endemoniada en los labios, el espíritu del Mal penetró en él. Imbuido de poder y de propósito, supo exactamente cuál iba a ser su papel en el futuro y a quién debía servir. Cerró los ojos de nuevo y esta vez al volverlos a abrir, cambiaron de color volviéndose oscuros como la noche. Sonrió.
-¡Alabado sea Satán! – proclamó – ¡Alabado sea su Hijo, el Desolado! ¡Ven, Damien! ¡Ven con nosotros! ¡Te esperamos con ansias! ¡Ven y enséñanos la única verdad!
Para festejar el encuentro del camino correcto, Dominic ofreció en sacrificio a la niña que había estado poseída. Como ya lo hiciera con el Padre De Carlo, la estranguló con sus propias manos, mientras recitaba el Ave María…  

CAPITULO 1  

Habían pasado diez años desde la resurrección de Damien Thorn. Diez años desde que fuera proclamado públicamente como el Mesías, el Cristo verdadero. En diez años, el mundo puede cambiar bastante…
Aquella mañana en particular, se iniciaba con un noticiero de la CNN, donde el periodista de turno le recordaba a su audiencia la conmemoración por el Día de la Liberación –que vendría a ser algo así como el “Año Cero” del nuevo calendario en vigencia–. El Día de la Liberación fue el momento en que Damien resucitó de entre los muertos y anunció su origen divino.[1]
-Muchos podrán decir que diez años no es un tiempo excesivamente muy largo – dijo el periodista, mirando a cámara – Sin embargo, me veo obligado a recordar a quien opine esto que abra sus ojos y que eche un vistazo a su alrededor, al estado general de las cosas. En diez años, el mundo ha cambiado para mejor – acompañando sus palabras, pasaron un desfile de imágenes – Gracias a la sabia y paciente guía de Damien, los últimos reductos terroristas han sido destruidos y el hambre y la escasez de alimentos disminuyeron notablemente. El índice delictivo también bajó y hoy en día no trabaja el que no quiere, puesto que trabajo hay de sobra. No hay más inflación y las economías se mantienen estables. Todo se debe a la enorme pericia de Damien, quien reorganizó al mundo en 10 zonas, eliminando así todas las fronteras que antes nos dividían. Como ya sabrán, cada una de las 10 regiones cuenta con un voto en el Parlamento Mundial, del cual muy pronto el mismo Damien asumirá el liderazgo absoluto como Canciller de la Unión Global. Puesto que vino rechazando formalmente ocupar para, según dijo él: “Primero, ocuparse de los problemas de la gente”. Ahora, el clamor se siente en todas partes y el ex Presidente de los Estados Unidos –que ya cuenta con unos flamantes 43 años de edad recién cumplidos– deberá asumir el lugar que le corresponde, el que el pueblo le ha solicitado: convertirse en nuestro máximo líder.
El noticiero prosiguió mostrando los apabullantes y pomposos festejos por el Día de la Liberación. Un corresponsal en vivo desde Israel cubría la fiesta organizada en el reconstruido Templo de Jerusalén, donde una inmensa estatua en honor a Damien acababa oficialmente de ser emplazada. El sumo sacerdote del nuevo Sanedrín judío declaraba ante la prensa internacional que al fin los fieles tendrían una imagen del Mesías a la cual adorar y dirigir sus oraciones y rezos, siguiendo todo el protocolo ceremonial correspondiente.
Después de las palabras del sumo sacerdote, el noticiero pasó a continuación a mostrar cómo festejaba el Día de la Liberación el otro lado. Un corresponsal en Italia cubría los acontecimientos que se desarrollaban en la plaza del Nuevo Vaticano, donde los Nuevos Cristianos se reunían aguardando la salida al balcón del Papa Rojo…
-Quizás la construcción del Nuevo Vaticano (o “Neovaticano”, como lo llaman algunos) haya sido el proyecto más ambicioso de Damien. Emplazado en las afueras de Roma, el Nuevo Vaticano es un edificio fastuoso, increíble. Su construcción demandó casi cuatro años y llevó a la antigua religión católica a un cisma sin precedentes cuando el viejo Papa de entonces declarara abiertamente al Nuevo Cristianismo un movimiento “hereje y apostata”, y ordenara a los fieles del antiguo credo del Nazareno a abstenerse de adorar a Damien, bajo pena de excomulgación. Por suerte, la gente comprendió cuál era la religión verdadera y los viejos cristianos abandonaron sus dogmas del medioevo y errados, convirtiéndose a la nueva y pujante fe. Hoy en día, en la decrepita ciudadela-estado del anterior Vaticano, en la ruinosa y casi abandonada Basílica de San Pedro, tan solo un grupúsculo deslucido de obispos y cardenales siguen empecinados estoicamente en abrazar una fe en un dios estéril y falso. La verdad, damas y caballeros, la Verdad con “V” mayúscula, está aquí y tiene nombre y apellido: Damien Thorn.
El sonido de unas campanas tañendo fuerte interrumpió al periodista en su disertación. La multitud congregada en la plaza del Nuevo Vaticano prorrumpió en exclamaciones gozosas y de júbilo: el Papa Rojo había salido al balcón.
Ataviado de su suntuosa túnica escarlata repleta de joyas y con anillos de oro en las manos, Dominic las alzó al cielo, invocando el nombre de Damien. Toda la multitud le siguió.
-¡Hermanos y hermanas! ¡Benditos sean todos y bendito sea el Señor! ¡Bendito sea nuestro Señor, Damien! – exclamó.
-¡Aleluya! – le respondieron.
-¡Amen!
-¡Que esta nueva conmemoración del Día de la Liberación sea para todos vosotros un recordatorio de a qué dios seguimos! El dios de la carne y la sangre, de la alegría y de la vida. ¡El dios del placer! – Dominic volvió a alzar las manos. Los congregados le imitaron – ¡Disfrutad de este día y hacedlo con el mayor regalo que Dios nos ha dado a todos y a todas, junto con la libertad: el sexo! ¡Amen, amen y amen! ¡Gloria! ¡Alabado sea el Señor! ¡Alabado sea Damien!
El Papa Rojo se retiró a sus aposentos. Luego de semejantes palabras, la multitud en la plaza –grandes y chicos, jóvenes y viejos, ricos y pobres– se despojaron de sus ropas y se entregaron los unos a los otros a la más desenfrenada de las concupiscencias en la mayor orgia sexual jamás vista en el mundo. Era la culminación de aquél impúdico y aberrante ceremonial.

[1]Para más datos sobre este y demás hechos al respecto, los remito a mi historia anterior sobre Damien, titulada: “El Código Armageddon”. La presente narración es una secuela de la misma.

La Abominación (Dos)

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CAPITULO 2  

La Casa Blanca.
Washington D.C.
En una reunión de carácter privado con sus asesores y consejeros más cercanos en el Salón Oval, el actual Presidente de los Estados Unidos Richard Benson discutía un asunto ríspido: si había sido correcto o no haber rechazado la oferta de la inclusión del territorio norteamericano en la Unión Global.
-Sé qué van a decirme – se adelantó Benson – Que fue un error. Que prácticamente, con esta decisión damos un paso atrás. Lo admito: tal vez nos precipitamos.
-Su popularidad ha decaído, señor – le informó un asesor – Todo mundo ama a Damien. Ya lo hacían hace 10 años atrás, cuando él ocupaba su cargo y eso que sólo tenía la friolera edad de treinta y tres años. El Presidente más joven de la historia americana.
-Pero luego de su resurrección, él dejó el cargo – continuó otro asesor – Lo hizo para ocuparse de asuntos más amplios, más globales.
-Así que entonces es verdad: nos hemos precipitado– Benson suspiró.
-No necesariamente – finalmente el Vicepresidente se decidía a hablar. Hasta el momento había estado muy callado. Richard lo miró, haciéndole señas para que continuase – Yo pienso que la decisión fue correcta. La Unión Global será todo lo maravillosa que quieran, pero los países anexados a ella pierden su identidad cultural. Pasan a formar parte de una masa homogénea donde es imposible distinguir entre sí – negó con la cabeza enfáticamente – No podemos permitir que eso nos pase a nosotros.
Cuando Phillip Brennan hablaba, Benson solía prestar especial atención. Era –en opinión de todos– un buen hombre con un solo defecto –en opinión de algunos–. Y ese defecto era ser católico.
Ya de por sí era extraño ser católico en un país protestante, pero más extraño aún era serlo en un mundo donde el cristianismo convencional estaba prácticamente terminado. Benson sabía que su Vicepresidente mantenía cierto contacto asiduo con el Papa en el viejo Vaticano. Muchas de sus ideas y la guía de sus pensamientos estaban influenciados enormemente por el hombre que ocupaba en la actualidad la Silla de Pedro.
-Además – continuó Phillip – no estamos tan solos como creemos en esta posición. Algunos países de Latinoamérica no se han unido, China tampoco…
-Con todo el respeto, señores, pero esto es un atraso enorme para la nación – entre los asesores presentes, el único militar era el General Breckenridge, un veterano hombre de las Fuerzas Armadas – La Unión Global es el futuro. ¡No podemos darle la espalda así como así! Podría haber consecuencias…
-Consecuencias– repitió el Presidente Benson – ¿Cómo cuáles?
-Embargos económicos, faltante de suministro alimenticio…
-¿Y qué más?
-La ira de Dios.
Silencio. Se creó un clima tenso en la sala. Todos recordaron de inmediato que Breckenridge era seguidor de las doctrinas de Damien.
-General, ¿me está usted hablando en serio? – inquirió el Presidente.
-¡Pues claro que sí! Damien es el Mesías, el Hijo de Dios. ¡Es un hecho incuestionable! – mientras decía esto, miró fijamente a Brennan. El Vicepresidente frunció el ceño, se cruzó de brazos y se removió en su asiento, incomodo – ¡Si le damos la espalda al Hijo de Dios, habrá consecuencias! Piénselo.
-¿Qué va hacernos Damien si le decimos que no? – terció Brennan, sin podérselo aguantar – ¿Arrojarnos un rayo? ¿De qué clase de dios seria hijo si hiciera cosa semejante?
-¡Del único Dios verdadero! – se envaró el General, molesto – Haría bien en recordar eso, señor Vicepresidente. Se lo digo por su bien.
-¿Me está amenazando? – Phillip casi no lo podía creer. Benson tuvo que alzar la voz para evitar una gresca y salir de tan tenso momento.
-¡Basta! ¡Discusiones teológicas sin sentido, afuera de este despacho, por favor! – pidió – Aquí discutimos política, no religión. ¿Le quedó claro, General?
-Sí, señor.
-Bien… Esto es lo que voy a hacer: pediré una audiencia con el mismo Damien en Roma. Voy a discutir todo el asunto con él. Creo que, si les parece bien, es lo más justo y razonable. Del resultado de esa reunión, veremos cómo sigue la historia, ¿okey?
Todos asintieron. Phillip seguía teniendo sus reservas. Por supuesto, él también viajaría a Roma pero para entrevistarse y pedir consejo a una persona diferente: el Papa

La Abominación (Tres)

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CAPITULO 3  

Italia.
Algunos días después.
Ubicado al noroeste de Roma y cerca de la orilla occidental del Tíber, el viejo Vaticano se erguía todavía como un estado independiente de la gigantesca Unión Global. Para Phillip Brennan y los pocos católicos puros que quedaban desperdigados por el mundo, aquel enclave de tan sólo 0,4 Km2 era el último bastión de una fe que agonizaba, asfixiada por un nuevo credo que día a día ganaba más adeptos: la adoración a Damien.
La limusina que llevaba al Vicepresidente norteamericano atravesó rápidamente la Piazza de Bernini, que con sus columnatas aportaba un impresionante umbral a la Basílica de San Pedro, la antigua mayor iglesia del mundo cristiano –había dejado de serla cuando el Neovaticano fue levantado en las afueras de Roma, dando inicio oficialmente al culto a Damien–. Hubo un tiempo en que multitudes enteras se reunían en aquella plaza para esperar por el Santo Padre en el balcón. Sin embargo, ahora exhibía su aspecto más triste y desolado; apenas sí había algún que otro turista sacándose fotos. La misma Basílica lucía sucia y descuidada, llenas sus columnas y estatuas de manchas de humedad y de grietas.
Por dentro, el panorama no mejoraba mucho. Pese a que la mayoría de los tesoros artísticos del mundo seguían manteniéndose en pie dentro de sus vitrinas, así como la Capilla Sixtina con sus famosos frescos de Miguel Ángel todavía podían divisarse entre la humedad provocada por las insistentes lluvias, la apariencia general en todo su conjunto era decadente.
Si el edificio no ofrecía su mejor cara, ¿Qué decir de su gobernante máximo? Brennan fue conducido por su escolta a verlo en sus aposentos, donde lo recibió acostado en su amplia cama con doseles. Desde la última vez que lo visitara –no hace mucho, en realidad– la salud de Su Santidad había ido en franca desmejoría. En aquella habitación en penumbras, el Vicepresidente y Juan Pablo III intercambiaron saludos y charlaron sobre el rumbo del mundo que les rodeaba…
-Son malos tiempos para los cristianos – dijo el Papa, la voz ronca, observando con ojos cansados a su visitante y amigo – Para los cristianos verdaderos, quiero decir. Vivimos en medio de una Gran Apostasía.
-Lo peor es que todo el mundo parece contento con ello – se quejó Phillip – No paran de hablar maravillas de Damien Thorn ni de cantar loas sobre él. ¿Sera posible que este sea el final de la Iglesia de Cristo, Santidad? ¿Por qué Dios permite todo esto? ¿Dónde está Él?
Juan Pablo III suspiró ruidosamente. Tuvo un acceso de tos y se llevó un pañuelo a la boca.
-No pierdas tu fe en el Señor, Phillip – le dijo – Todo esto estaba profetizado desde hace más de dos mil años. No podemos decir que la Apostasía nos tomó por sorpresa. Ya la Biblia habló de ella en muchas oportunidades – el anciano Sumo Pontífice hizo memoria – El profeta Daniel la llamó “La Abominación de la Desolación”. Un tiempo donde la fe verdadera en el Señor recibiría un durísimo golpe.
Se hizo el silencio. Phillip pensó en aquellas palabras del Papa.
-Santidad, el Presidente Benson va a entrevistarse con Damien – le contó – Es por el asunto de nuestra negativa a integrarnos a la Unión Global. Conociendo como lo conozco, Richard puede ser muy influenciado por lo que allí se diga. El futuro de nuestra nación depende de lo que salga de esa reunión.
-Es lo que me temí – Juan Pablo III frunció el ceño – América debe permanecer libre, Phillip. No debes permitir que la Abominación se instale en ella.
-Lo sé, lo sé. Si dependiera de mí, Santidad, sabría qué hacer… pero Richard es el jefe. Las decisiones, en última instancia, las toma él.
Al oír aquello, Juan Pablo III pareció tomar una decisión. Alzó una mano y su secretario privado –presente en la sala pero mudo y parado en un rincón hasta ahora– se acercó.
-Paolo, trame la carpeta de la caja fuerte – le dijo.
El secretario se dirigió hasta un cuadro colocado sobre una pared, lo quitó y dejó al descubierto la tapa de acero de una caja de seguridad. Luego de hacer girar la rueda marcando la contraseña, la abrió y extrajo un grueso fajo de papeles, mismos que entregó a Brennan.
-¿Qué es esto? – preguntó el Vicepresidente, perplejo.
-Eso, mi querido amigo, es la verdad acerca de Damien – dijo el Papa.
-No lo entiendo…
-La historia de su vida, la verdaderahistoria. No la versión mentirosa y falsa que dio a conocer de sí mismo al mundo. Ahí está todo: su origen, su propósito, las vidas que arruinó antes de conquistar el poder, su destino, etc, etc. Pero por sobre todas las cosas, se halla su verdadero nombre, su identidad real. Debes hacerle llegar ese dossier al Presidente Benson, Phillip. Ya lo dice la Biblia: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.
-Su Santidad, no comprendo que me está queriendo decir. ¿Quién es Damien, en verdad?
El Papa lo miró a los ojos mortecinamente. Cuando volvió a hablar, sus palabras fueron como un puñal clavándose en el alma de Phillip.
-Él es… el Anticristo.[1]

[1]Quedó implícito en la remake de 2006 de “La Profecía” que la Iglesia Católica conocía la existencia de Damien y estaba bien informada de su advenimiento, aunque se viera incapazde hacer nada para evitarlo. Este único aporte colocado como prólogo y epilogo de la película dio pie a este documento que ahora llega a manos del Vicepresidente de los Estados Unidos, Phillip Brennan.

La Abominación (Cuatro)

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CAPITULO 4  

Roma.
Interior de un hotel.
El Presidente Benson acabó con la lectura del dossier y alzó la vista hacia su Vice. Phillip aguardaba parado en silencio, de brazos cruzados, mirando el atardecer romano por una ventana de la habitación.
-¿Esperas que me crea esto? – dijo el Primer Mandatario, señalando la carpeta. Brennan se volvió hacia él y lo observó muy serio.
-Por supuesto – declaró – Luego de leerlo yo mismo, todo encajó en su lugar. Ahora comprendo con qué clase de criatura diabólicamente astuta estamos tratando.
-Phillip…
-…Y es por eso que debes negarte a cualquier trato o pacto con él. ¡No podemos entregarle Norteamérica así como así! Ya fue bastante malo tener a este engendro del demonio viviendo en la Casa Blanca una vez. ¡No podemos permitirle consolidar su oscuro destino!
El Presidente Benson resopló. Se llevó una mano a la cabeza, agobiado.
-Phil, si tengo que creer lo que está escrito en esta carpeta, creo que voy a volverme loco – confesó – Damien Thorn, ¿el Anticristo? ¿El Hijo del Diablo? Oh, vamos… Suena a demente.
-¡Pero es la verdad! – insistió Brennan, con énfasis – ¡Ahí mismo has podido leerlo tú personalmente! Todo el que ha tenido que ver con él ha terminado muerto en circunstancias misteriosas y poco claras, de alguna u otra forma. Empezando por el embajador Robert Thorn y su esposa, hasta su hermano, su mujer y su hijo. ¡Y la lista sigue! Tú mismo acabas de leerla. ¡Toda persona que se ha opuesto a Damien ha terminado muerta!
-Y tú quieres que yo crea en este informe del Vaticano – aseveró Benson – Que crea que Damien Thorn es un demonio mentiroso. Y que me niegue a entablar una alianza con él.
-Sé que te estoy pidiendo algo sumamente peligroso y arriesgado… pero también necesario. Vuelvo a repetírtelo: ¡No podemos entregarle nuestro país a esa criatura!
El Presidente guardó silencio por un rato. Fue el tiempo más que suficiente para que tomase una decisión:
-Dentro de una hora, aproximadamente, voy a reunirme con Damien en el Parlamento Mundial – avisó – Cualquiera sea el resultado final, se verá ahí mismo.
-Está bien – aceptó Phillip – Sólo te pido que tengas cuidado. Sea cual sea la decisión que tomes, si puedes evitar que esta… Abominación triunfe sobre nosotros, Richard, no lo dudes. ¡Hazlo! Nuestro futuro está en tus manos. 
 

Edificio del Parlamento Mundial.
Una hora después…
El “cuartel general” de la Unión Global era un impresionante y moderno rascacielos ubicado en el centro de Roma. Allí se juntaron el Presidente Benson y Damien Thorn para discutir asuntos de política internacional.
Físicamente y a pesar de contar con 43 años de edad recientemente cumplidos, el ahora Canciller de la Unión Global seguía viéndose como de 33. Esta peculiaridad biológica había quedado simplemente explicada como resultado del origen divino de Damien: no es que no envejeciera, lo hacía a un ritmo lento en comparación de los ordinarios mortales.
Ahora, sabiendo lo que sabía, a Benson se le erizaron los vellos de la nuca. Veía en aquella  “eterna juventud” signos claramente demoniacos, no divinos.
El Canciller lo invitó a sentarse en unos cómodos butacones, para hablar. Iba vestido de un pulcro traje de ejecutivo con una salvedad: era todo de color blanco. La chaqueta, la camisa, los pantalones y los zapatos. El único toque de color distinto lo llevaba anudado al cuello en la forma de una corbata roja.
-Querido amigo. ¡No sabe cuánto me alegro de que haya venido! Me imagino cuál es el motivo de su visita…
-¿Ah, sí? – a Benson el tono socarrón y prácticamente arrogante de Damien le chocó bastante. De repente se dio cuenta de que era como si al tener la deferencia de recibirlo, le debiera algo al Canciller.
-Pues claro – continuó – La entrada de Norteamérica en la Unión Global. ¡Algo en extremo beneficioso para ambos!
-Con el debió respeto, Canciller Thorn, pero eso todavía no está firme… y no creo que vaya a estarlo nunca.
Silencio. Damien miró a Benson a los ojos, la sonrisa falsa en sus labios comenzando a desaparecer lentamente.
-Presidente Benson… Richard… ¡Te pido humildemente que recapacites las cosas! – Damien se tomó el descarado atrevimiento de tutearlo, prescindiendo de los protocolos – No unírsenos sería una pésima idea. Estamos creando un Nuevo Orden Mundial, ¿sabes? Uno que tal vez no sea tan tolerante con los disidentes.
Benson enrojeció de ira al oír aquello. Recordando las cosas –las barbaridades que había leído sobre su anfitrión en el dossier vaticano– experimentó por primera vez repulsa por quien tenía adelante. Y a su vez, se convenció de que Phillip tenía razón: no podía entregarle Norteamérica en bandeja de plata a esa Abominación.
-Creo que me equivoqué – confesó, poniéndose abruptamente de pie – No tendría que haber venido nunca. Mi posición está más que clara. Buenas noches, Sr. Thorn.
-Siéntate, Benson – ordenó de forma tajante Damien, con toda la calma del mundo – Tengo unos papeles para firmar. Son el pacto que tú y yo vamos a hacer, donde a cambio de la entrega del territorio de América del Norte, tu fortuna personal se elevará hasta la estratosfera. Siéntate, firmemos esto y luego nos vamos a cenar juntos.
-Adiós, Sr. Canciller – Benson, educado, le tendió la mano para despedirse. Damien suspiró teatralmente, se levantó de su asiento y se le estrechó.
-Adiós, Richard – dijo – Una pena, la verdad. Hubiera sido un lindo negocio.
Al momento de enlazar las manos con él, el Presidente norteamericano sintió una violenta descarga de energía. El fuego estalló en su pecho y su corazón se detuvo. Víctima de un fulminante paro cardiaco, cayó al piso liquidado.
Con toda la tranquilidad del mundo, Damien fue hasta su escritorio y llamó a los paramédicos. Puso su mejor tono angustiante cuando les dijo que vinieran pronto, ya que Benson se moría de un ataque al corazón. Luego cortó, se acomodó la corbata y se sentó a mirar el cadáver de su opositor fulminado con una sonrisa de júbilo satánico en el rostro.  

Pese a que Benson fue llevado velozmente a un hospital, hacía rato que ya estaba muerto. Phillip se enteró y aterrorizado –y sintiéndose culpable por el fatal desenlace– logró pese a todo llenarse de coraje y de enojo como para ir él en persona al Parlamento Mundial y vérselas cara a cara con Damien. Muerto Richard, Brennan era ahora el nuevo Presidente de los Estados Unidos.
-Me imagino que con usted en el cargo, las cosas serán diferentes – terció Damien, sentado ante su amplio escritorio, en el interior de su oficina.
-¡Olvídelo! ¿Cree que no sé quién es usted? – lo increpó Phillip, furioso – ¿Qué no sé qué es usted?
-¿Y qué se supone que soy, señor Presidente? – se mofó el Canciller, con fingida inocencia.
-¡Usted es una Abominación! – le soltó Phillip – ¡Un monstruo! Puede que haya matado a Richard, puede que haya conquistado al mundo, pero en cuanto y en tanto yo esté en el poder, América del Norte jamás le pertenecerá. ¿¿Le quedó claro??
-Absolutamente – Damien sonrió – Que le vaya bien, señor Presidente. Ah… y dele mis saludos a Su Santidad cuando vuelva a verse con él en el viejo Vaticano. He oído que no anda bien de salud, pobre.
Phillip ni se molestó en contestarle. Se marchó dando un portazo. La sonrisa en el rostro del Canciller desapareció reemplazada por una expresión iracunda. Tomó su teléfono e hizo una llamada.
-¿Dominic? Sí, soy yo. Escucha con atención: necesito de los servicios de tus muchachos. Hay una antigua Basílica que profanar y un Papa que matar. ¡Urgentemente!
Cuando colgó, los ojos de Damien se volvieron dos carbones encendidos. Brillaban con una luz escarlata terrible, presagiando cosas extremadamente malas y abominables. 

La Abominación (Cinco)

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CAPITULO 5  

El Vaticano.
En lo profundo de la noche.
El ataque fue inesperado y sin previo aviso. De repente, a la plaza de San Pedro comenzaron a llegar camiones negros repletos de gente armada. En sus brazos llevaban la insignia de la Iglesia de Damien –una estrella roja invertida de cinco puntas– y entrando a la Basílica por la fuerza, acribillaron a balazos a sacerdotes, obispos y cardenales por igual.
Cuando fueron tras el Papa lo que quedaba de la Guardia Suiza y la Gendarmería Pontificia les hizo frente delante de los aposentos de Su Santidad. El combate no duró demasiado: muertos los guardias y gendarmes a tiros, los acólitos de Damien entraron en el dormitorio del Santo Padre. Juan Pablo III los esperaba despierto y sin reflejar el más mínimo temor en sus cansados ojos.
-Adelante, hijos míos – les dijo a sus adversarios – Hagan lo que han venido a hacer. Mátenme.
-No tan rápido – replicó una voz. Ingresando en la sala Dominic, el Papa Rojo, se hizo presente. Vestía su lustrosa túnica escarlata, contraste más que evidente con la inmaculada pureza de los hábitos de Juan Pablo III – Antes de vuestra muerte, “Santidad”, hay ciertos protocolos que cumplir – sonrió.
-El Falso Profeta, me imagino – resopló el Papa. Dominic le hizo una burlona reverencia a modo de saludo – Nunca te saldrás con la tuya. ¡Cuando Cristo venga, serás castigado junto con la Bestia por esto!
-¡Pero si Cristo ya vino! – se burló Dominic – Y Él aprueba nuestro accionar – se volvió hacia sus hombres – Traigan a este anciano inútil… ¡La ceremonia de profanación empieza ahora!  

Juan Pablo III hubiera deseado morir antes que ver cómo la Gran Apostasía se instalaba impúdicamente en el Vaticano. Los acólitos de Damien levantaron cruces de madera y las hicieron colocar por toda la plaza de San Pedro, con cada miembro de la Curia que no habían matado todavía colgado de ellas. Además, profanaron todas las imágenes santas, saquearon los tesoros vaticanos y encendieron una gran hoguera donde los arrojaron, quemándolos mientras danzaban al son de una música estridente provocada por tambores. Así, en una noche, se perdieron siglos de conocimiento cultural y religioso, aniquilado por los malditos apostatas del Diablo.
El colmo de las vejaciones satánicas fue subir al Papa a una plataforma, despojarlo de sus ropas y luego de mofarse cruelmente de sus flácidas carnes, darle a elegir entre copular con una yegua preparada para la ocasión, o la muerte bajo el filo de la gran espada que el Papa Rojo sostenía entre sus manos.
-“Si un hombre tiene trato sexual con una bestia, será castigado con la muerte…” – recitó Juan Pablo III, citando un pasaje del Levítico. Pese a todas las vejaciones que estaba padeciendo se mantenía estoico y firme en su fe en Cristo.
-Bien dicho – Dominic sonrió, mordaz – Ahora bien: si tú no copulas con este animal en este instante, morirás.
-Pues si tengo que morir, que sea sin oprobio alguno ante los ojos de Dios – y dicho esto el Papa se arrodilló y cerró los ojos, esperando el fatal desenlace.
Con un rugido de ira, Dominic utilizó su espada y lo decapitó. La cabeza del Sumo Pontífice salió despedida por el aire, aterrizando a los pies de los acólitos de Damien. Estos, entre bromas pesadas y risotadas, la utilizaron de pelota de futbol y jugaron un partido con ella.
Justo en ese momento, un helicóptero negro apareció en el aire. Apenas tocó tierra, el mismo Damien Thorn en persona bajó al encuentro de Dominic.
-Vaya. Veo que la fiesta empezó sin mí – comentó el Anticristo, echándole un vistazo al panorama desolador que lo rodeaba – Buen trabajo, Ilustrísima. Ni yo podría haberlo hecho mejor.
-Faltaba más – Dominic se inclinó reverentemente ante él – Si gustas acompañarme, te enseñaré las mejoras que le hemos hecho a la “Casa de Dios” por dentro.
Con una media sonrisa traviesa en los labios, Damien siguió al Papa Rojo al corazón de la Basílica de San Pedro. Allí observó con suma complacencia los signos del destrozo: imágenes de santos y de la Virgen decapitados, bancos volteados, vitrales rotos, hostias consagradas escupidas, destrozadas y pisoteadas, pintadas obscenas en las paredes y el colmo de los colmos: un trono formado por los huesos de los Papas anteriores, extraídos del osario de las catacumbas y colocado en el centro del salón.
-Debo decir que has hecho un excelente trabajo, amigo mío – comentó el Anticristo, inspeccionado el trono – Bonito detalle este, al colocar como almohadón en el asiento del trono de huesos paginas arrancadas de la Biblia.
-Todo lo he hecho pata tu gloria, Damien – declaró Dominic.
-Y mi gloria es la gloria de mi Padre – el Anticristo se sentó en el trono – Esta noche hemos dado un duro golpe al cristianismo, pero no nos engañemos: todavía hay más de ellos allá afuera. Seguidores del odioso Nazareno que no se han convertido a nuestra fe. Hemos de hacer algo con ellos – Damien hizo una pausa, pensativo – Y también hemos de solucionar ese dichoso asunto político. El nuevo Presidente de los Estados Unidos, Phillip Brennan, es un problema muy grave, lo mismo que los disidentes de países de Latinoamérica y de oriente.
-¿Qué se te ocurre?
Damien meditó al respecto un buen rato. Luego sonrió.
-Creo que va siendo hora de empezar una guerra mundial… ¡Creo que finalmente es hora de iniciar el Armagedón!  

“Fuerzas enviadas por él atacaran, profanaran el Santuario y la Ciudadela, abolirán el sacrificio perpetuo e instalaran la Abominación de la Desolación. Por medio de intrigas, él hará apostatar a los transgresores de la Alianza, pero el Pueblo de los que conocen a Dios se mantendrá firme y entrará en acción”.

Daniel 11:31, 32. 

ESTA HISTORIA CONTINUARA…

Megiddo (Uno)

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(Escrito por Federico H. Bravo)  

“…Y los reunieron en el lugar que en hebreo se llama Armagedón”.
Apocalipsis 16:16 

PROLOGO  

Washington D.C.
En mitad de un cementerio.
Phillip Brennan asistía al funeral del Presidente Richard Benson, muerto de forma inesperada luego de un encuentro cara a cara con el Canciller de la Unión Global. Mientras el ataúd era bajado en el hoyo y la trompeta sonaba, y varios soldados hacían unos disparos de salva al aire, el nuevo Presidente de los Estados Unidos juró que no descansaría hasta vengar a su amigo y anterior jefe.
La muerte de Benson sólo era una de las muchas que rodeaban a la figura del Canciller. Nada fuera de lo ordinario, teniendo en cuenta quién era en verdad Damien Thorn.
Todo el mundo creía que él era el Salvador, el verdadero Cristo. Durante 10 años, había llevado al mundo hacia un estado de globalización como nunca antes se viera. Tenía una Iglesia incluso, que le rendía culto, con un Papa y todo, pero su atuendo era escarlata y no blanco, y en vez de una cruz, una estrella invertida de cinco puntas se alzaba sobre sus altares.
Oh, sí. Todo un cambio religioso aquél. “Para mejor”, decían que era. Y celebraban misas torcidas y ritos impuros, paganos y blasfemos. Y el ambiente general era de un alarmante relajamiento moral.
Todo eso lo propiciaba la figura de Damien.
Damien, el Salvador. Damien, el Ungido. Damien, el Mesías.
Phillip no se dejaba engañar. Él sabía la verdad. Había leído el informe vaticano. Conocía toda la historia. Sabía que Thorn no era el bondadoso Hijo de Dios que todos creían que era. Muy por el contrario; su padre era el Diablo y su objetivo, la perdición de la humanidad.
Damien Thorn era el Anticristo, la Abominación de la Desolación. Phillip lo sabía y, como el nuevo Presidente de los Estados Unidos, estaba decidido a hacerle frente costase lo que costase. Las vidas –pero más importante, las almas– de una nación estaban en juego.
Brennan iba a darle batalla a la Bestia. Iba a ser un combate desigual, pero lo que el Presidente no sabía todavía en ese momento, era que tenía un aliado poderoso de su lado, un aliado que lo acompañaría y que iría junto a él a través de este valle de sombras.
Ese aliado era Jesucristo, el verdadero Hijo de Dios.
El Armagedón estaba a la vuelta de la esquina. La Segunda Venida, también.[1] 

CAPITULO 1  

El mundo vivía sus horas más oscuras.
Súbitamente y sin previo aviso, la Tierra fue golpeada por una ola de desastres naturales y de plagas terribles. Terremotos, erupciones volcánicas, tsunamis… incluso, enfermedades. Extrañas pestes surgieron, provocando oleadas de muertos sin distinción entre ricos y pobres.
En la Casa Blanca, el gabinete de crisis estaba reunido a pleno para discutir qué medidas tomar para ayudar a los ciudadanos de Norteamérica afectados por las plagas. Phillip Brennan dejó que todos sus asesores hablaran y sugirieran el camino a seguir entremedio de todo ese caos. Sin embargo, lo que justamente no hacía el Presidente era prestarles atención. Su mente iba por otros caminos: a él lo que le preocupaba era Damien Thorn. El Canciller de la Unión Global era el verdadero enemigo a vencer, pero ¿Cómo? ¿Cómo destruir a ese engendro infernal?
Brennan había leído en el informe vaticano la historia de las dagas sagradas de Megiddo. Ahí se decía que eran la única cosa que podía matar al Anticristo. Desgraciadamente, el paradero de las mismas estaba ilocalizable y no podía volver al Vaticano para preguntarle al Papa. Las noticias hablaban de un atentado criminal –atribuido a desconocidas manos terroristas– en la Santa Sede. Juan Pablo III estaba muerto y con él, el catolicismo también parecía estarlo. Phillip no se creía la versión oficial: como todo, aquello seguramente era un cuento, una fábula con la que Damien y sus acólitos enmascaraban la verdad.
Si Su Santidad estaba muerto, el culpable había sido Damien. De eso, Brennan no tenía dudas.
Un comentario puntual de uno de sus asesores presidenciales lo devolvió de un plumazo a la realidad:
-Es la Ira de Dios – dijo el asesor en cuestión – El General Breckenridge tenía razón. Damien nos está castigando por el pecado de no querer formar parte de la Unión Global…
-Ni lo haremos – el Presidente de la Nación alzó la voz – Ni ahora ni nunca. ¿Les quedó claro a todos? – se hizo el silencio en la habitación. Phillip los miró a todos a la cara – Y, francamente si me lo preguntan, no creo que los desastres naturales y las enfermedades que nos asolan tengan nada que ver con el Canciller Thorn. Aun así, sí creo que no es una buena persona y que la muerte de Richard Benson no fue algo normal.
-Se da cuenta de lo que está diciendo, ¿verdad? – lo increpó uno de los presentes en la reunión – Está insinuando que el Canciller le hizo algo…
-Esa es una acusación muy fea, señor – apostilló otro – Sería muy horrible, embarazoso y contraproducente que esas declaraciones llegaran a oídos de la prensa.
De repente, Phillip cayó en la cuenta de que sus asistentes lo miraban de cierta forma no muy buena. Y entonces comprendió que quizás debía medirse en sus palabras y andarse con cuidado. ¿Y si entre sus asesores había acólitos de Damien? El General Breckenridge podía no ser el único seguidor del Anticristo en la cúpula gubernamental norteamericana…
El pensamiento lo mareó. Bordeaba ya la paranoia extrema. Necesitaba algo de aire fresco, ordenar sus ideas. A pesar de las quejas de todos los presentes, decidió levantar la reunión y dejarla para otro momento. Tenía que pensar, meditar los pasos a seguir. Se enfrentaba a un enemigo poderoso y debía moverse ante él con cautela.
Todo aquello –tuvo que reconocerlo– era como jugar al ajedrez. Tenía que estudiar cual –y cómo– iba a ser su siguiente movimiento de piezas en el tablero.
Para su desgracia, Damien ya se movía varias casillas por delante de él, planeando su destrucción.  

Roma. Italia.
Parlamento Mundial.
El General del Ejército estadounidense Henry Breckenridge aguardaba parado en un rincón de la fastuosa sala a que Damien acabase con la video-conferencia. Frente al Canciller, una pared repleta de monitores de TV mostraba las caras de todos sus principales asesores desperdigados por el mundo.
Cuando Damien acabó de impartir sus directrices y los monitores se apagaron, recién se dignó volver su atención hacia el militar, quien se cuadró de hombros automáticamente.
-General, me complace que haya venido – el Canciller se sentó frente a su escritorio – Como comprenderá, el panorama actual es complicado. Vivimos horas muy oscuras debido a este inesperado azote de plagas y desastres naturales. Y tiempos difíciles requieren medidas extremas y hombres capaces de afrontarlo todo, sin miedo – hizo una pausa. Evaluó a Breckenridge – Me pregunto: ¿Es usted uno de esos hombres?
-¡Sí, señor! ¡Lo soy! – contestó el militar, con estudiada disciplina. Damien sonrió. Por un momento recordó su pasado en la Academia Militar, junto con su fallecido primo Mark. Ah… días felices, aquellos… días más inocentes e idiotas.
-¿Entiende que lo que le estoy pidiendo, en otra situación, hubiera sido calificado de alta traición? – le preguntó.
-¡Sí, señor! – fue la automática respuesta que recibió.
-Bien – Damien asintió – Tome – le alcanzó un CD en su estuche – Las pruebas que necesitará. Le deseo éxito en su misión, General.
Breckenridge hizo un saludo militar y se marchó con su característico paso marcial, abandonando la sala. Damien se puso de pie y se acercó a una ventana. Delante suyo tenía una panorámica fabulosa de la ciudad de Roma, con el Coliseo cerca.
-Ellos creen en mí ahora – dijo, mirando a las alturas y dirigiéndose a Dios – ¡En mí! Sí, pruébalos. Dales tribulaciones. Desata tu famosa ira… disemina tus plagas por mi reino. ¡Yo te reto!
En respuesta a esta impertinente blasfemia, un aerolito surgió del cielo nublado y atravesándolo envuelto en llamas, cayó sobre el Coliseo Romano pulverizándolo en una atronadora explosión.
-¡Oh, bravo! – Damien aplaudió el desastre. Todo había temblado terriblemente, pero el edificio del Parlamento Mundial seguía intacto y de pie – Bien hecho. Pero puedes hacerlo mejor. Adelante, viejo gruñón… derrama tu ira sobre la Tierra. ¡Hazlo! Nada va a cambiar el hecho de que ellos me pertenecen ahora…

[1]Para más datos sobre el inicio de esta historia sobre Damien Thorn, los remito a mis anteriores relatos, “El Código Armageddon” y “La Abominación”. “Megiddo” es la Tercera Parte de esta saga.

Megiddo (Dos)

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CAPITULO 2  

Los Jardines de la Casa Blanca.
Cierto tiempo después.
Phillip intentaba hallar algún consuelo paseando por los bien cuidados jardines aledaños a la Casa Blanca, pero no podía engañarse: a cada hora que pasaba, los desastres mundiales aumentaban. Muy en su fuero interno, Brennan sabía que los Estados Unidos iban a colapsar en cualquier momento. Lo peor de todo era que se sentía totalmente impotente. ¿Qué podía hacer? Todavía no había hallado la forma de vencer a Damien. Por más que le daba vueltas y vueltas al asunto, la solución no llegaba.
La situación era desesperante.
Una suerte de alboroto venido de dentro de la mansión presidencial lo perturbó. Algo perplejo, observó cómo el General Breckenridge y varios soldados que lo escoltaban irrumpían en el lugar a la fuerza.
-¿Qué es esto? ¿Qué sucede? – preguntó Phillip, alarmado.
-Sr. Presidente, queda usted relevado de su cargo y detenido en este instante – dijo el General, con acritud.
-¿Pero qué es esto? ¿Es que se ha vuelto usted loco? ¿Bajo la autoridad de quién revoca mi mandato constitucional y bajo qué cargos me manda a detener? ¡Explíquese!
-Por orden expresa del Canciller del Parlamento Mundial. Y el cargo es homicidio en primer grado – el General les hizo señas a los soldados que iban con él para que esposaran al Presidente. Así lo hicieron sin más dilaciones, deteniéndolo.
-¿Pero qué patrañas son esas? ¿Homicidio? ¿Dijo usted homicidio?
-Así es.
-¿Y a quien se supone que maté?
-Al Presidente Benson.  

A la salida de la Casa Blanca lo esperaba una multitud de curiosos, entre los que había miembros de la prensa internacional, quienes no paraban de bombardearlo a preguntas y tomarle fotos:
-¡Sr. Presidente! ¡Sr. Presidente! ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué mató a Benson?
-¿Fue por celos profesionales?
-¡Sr. Presidente!
-¡Por el amor de Dios! ¡Soy inocente! – clamó Phillip. A la fuerza, los soldados que lo llevaban preso lo metieron en la parte trasera de un furgón militar y el convoy de vehículos de la Armada partió rumbo a la prisión de máxima seguridad más cercana.
Nunca llegaron a destino. Una explosión voló en pedazos el jeep que abría la marcha, obligando a los móviles que venían por detrás a detenerse en seco en mitad de una avenida. Sobre las cabezas de los sorprendidos soldados, un helicóptero descendió del cielo y agentes federales y del Servicio Secreto bajaron de él, trenzándose a los tiros con ellos. En mitad de la fabulosa gresca, el Presidente fue rescatado de su encierro por gente vestida con trajes del grupo SWAT y velozmente subido a la aeronave, la cual partió del lugar elevándose otra vez.
-¿Sr. Presidente? – le preguntó un hombre. Por su atuendo, Phillip supo que también era militar, pero al parecer, contrario a Breckenridge y sus hombres – ¿Se encuentra bien?
-He tenido días mejores – Phillip suspiró – ¿Quién es usted y dónde me está llevando?
-Soy el Coronel Howard, de la Armada Naval. Sexta flota, señor. Quédese tranquilo. Lo estamos llevando a un lugar seguro: nuestro portaaviones anclado en la costa, el “Enterprise”.
-¿Cómo es que he sido acusado de asesinato, si no he matado a nadie? – preguntó al militar, ofuscado.
-El General Breckenridge presentó un video donde se lo ve envenenando al Presidente Benson justo antes de su reunión con el Canciller Thorn en Roma.
-¡Eso es un absurdo! ¡Una patraña! ¡Jamás haría una cosa así! Además, los médicos certificaron que Richard murió de un paro cardiaco…
-Breckenridge presentó pruebas médicas que refutan todo eso, señor.
Phillip se quedó helado. El Coronel Howard guardó silencio, esperando a que el Primer Mandatario se repusiera de la impresión.
-Todo eso… ¡Es un invento! ¡Un invento satánico pergeñado por el Canciller Thorn! – exclamó.
-Tranquilícese, señor. Le creo. De hecho, mi gente y yo estamos al tanto de la verdadera naturaleza diabólica del Canciller.
-¿Cómo es eso?
Howard se metió una mano dentro de su traje. Extrajo un rosario junto con una cruz.
-Somos cristianos – declaró – Cristianosverdaderos, no apostatas del Diablo. Y aparte de ello, contamos con un colaborador que nos ha guiado y preparado para este momento desde hace 10 años.
-¿Quién es?
-Muy pronto le conocerá usted, señor. Paciencia.  

Portaaviones Enterprise.
Un rato después… 
El Coronel Howard condujo a un cada vez más sorprendido Phillip hasta un camarote privado del inmenso barco que, levando anclas, ya surcaba los mares huyendo del peligro. Una vez allí, le presentó a un hombre que se había vuelto una leyenda para sus colegas en la actualidad: el Dr. Michael Ironside.
Michael había sido el primero en enfrentar a Damien Thorn luego de su resurrección y sobrevivir al encuentro. También, era quien puso a toda aquella gente al corriente de la desgracia que se venía.
-Un gusto conocerlo personalmente, Sr. Presidente – le estrechó la mano al Primer Mandatario. En 10 años, Michael había envejecido bastante. Llevaba una tupida barba en su rostro otrora aseado y vestía ropas arrugadas y pasadas de moda, pero aquel hombre que parecía una especie de profeta loco del nuevo milenio seguía sonriendo amistosamente, pese a todo – Es una lástima que tenga que ser en estas condiciones.
-Me han dicho que usted enfrentó a Damien en el pasado…
-“Enfrentar” no es la palabra exacta que yo utilizaría. Digamos que si estoy vivo, es de milagro y no crea que uso esa palabra peyorativamente: he visto a Jesucristo en persona. Le debo mi vida y mi alma.
Michael le refirió su anécdota de la milagrosa aparición del Señor hace 10 años atrás. Phillip lo escuchó atentamente y en ningún momento cuestionó el relato. Él también era creyente y cristiano, y en el fondo, sabía que Cristo no iba a abandonar a sus ovejas para que los lobos las devorasen así sin más. El testimonio de fe del Dr. Ironside –quien también le confesara que antes de aquella visión celestial, era agnóstico– probaba lo cierto de aquello.
-Me temo que he sido víctima de una trampa – se lamentó ante su nuevo amigo – Damien me ha sacado del poder de la peor manera: haciéndole creer a la gente que soy un asesino.
-Artimañas diabólicas, sin duda – Michael se rascó la barba, pensativo – Pero todo este calvario que nos toca vivir estaba profetizado en la Biblia. Estos son “Los Últimos Días”.
-¿Se refiera al Apocalipsis? ¿Eso es lo que viene ahora?
-Quítele el tono sombrío a esa palabra. “Apocalipsis”quiere decir “Revelación”. Dios se revelará ante el hombre finalmente. La Bestia va camino a su destrucción. Cristo ya viene y con Él, la luz de Dios.
-¿Cuándo será todo eso?
-Pronto. Muy pronto.
-Y mientras tanto, ¿Qué haremos?
-Prepáranos para la batalla del Día del Señor. La última batalla. El conflicto final, si así lo prefiere.
-¿Y usted sabe dónde se va a librar esa lucha?
Michael asintió. Con una mano, acarició el lomo desgastado de una vieja Biblia.
-En el valle de Jezreel, en Megiddo, Israel.

Megiddo (Tres)

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CAPITULO 3  

-Hay algo que no entiendo del todo, Michael – Phillip se halló tuteando al Dr. Ironside pronto de lo esperado. Ya prácticamente lo consideraba un amigo, pese a que hacía poco que se conocían – ¿Cómo has hecho para saber lo que iba a pasar y durante diez años, organizar a esta gente? ¿Cómo sabes de la pronta venida del Señor y del lugar donde ocurrirá la última batalla contra el Anticristo?
-Muy sencillo – Michael le enseñó un ordenador – Gracias al código secreto escondido en la Biblia y el programa traductor creado por mi amigo, el difunto Dr. Rosenberg.
Como Phillip seguía sin comprender de qué hablaba, le contó toda la historia de lo que él llamó “El Código Armageddon”, el mensaje oculto, cifrado entre las páginas de la Biblia. Fue gracias a seguir indagando en él por su cuenta, que Ironside descubrió lo que venía…
-El Armagedón, la Segunda Venida… todo está ahí. Detallado de forma sorprendente.
-Ese “código secreto”… ¿Quién lo puso ahí? – inquirió Phillip, interesado.
-Damien creía que había sido su padre, el Demonio – Michael esbozó una pequeña sonrisa y negó con la cabeza – Imagínese su sorpresa cuando supo que se equivocó. El código fue colocado por Dios. Cuando inspiró a los escritores originales del texto sagrado, entre sus palabras puso Su Palabra. Sólo iba a poder descifrarse todo cuando este momento llegara. Escuche: “Y la Bestia y sus tropas avanzaran hacia la Santa Ciudad, creyéndose vencedores. Y rodearan la Santa Ciudad, intentando tomarla. Pero el Señor ha de venir y la Bestia será vencida”– leyó de la pantalla del ordenador.
-“La Santa Ciudad”– repitió Phillip – Jerusalén. Eso quiere decir que Damien avanzará sobre Jerusalén para conquistarla. ¿Correcto?
-Así es.
-¡Pero Damien ya tiene acólitos allí! En el Templo de Jerusalén le han levantado una estatua…
-Las cosas han cambiado – Michael encendió un televisor. Sintonizó un canal de noticias internacionales – Mire y escuche.
El Presidente así lo hizo. Pudo ver en las noticias cómo Jerusalén era tomada por grupos preparados de cristianos verdaderos. Después de una breve batalla, la Santa Ciudad volvía a estar consagrada a Dios y la imagen de Damien era derrocada del Templo. Un antiguo sacerdote cristiano, junto a un rabino muy conocido, hablaban a las puertas del mismo Templo y proclamaban la restauración de la fe verdadera.
-El Padre Juan es de los nuestros – le explicó Michael – El Rabino Saúl Cohen pertenece a la rama del Judaísmo que aceptó que Yeshua fue, es y será el único Mesías. Ambos son los “dos testigos” a los que alude la Biblia.[1]
-A Damien no va a gustarle esto – comentó Phillip, viendo como la estatua de la Bestia se hacía añicos al ser arrojada de su pedestal.
-No. No va a gustarle. Pero es lo que lo motivará a reunir a sus tropas en Megiddo, en el Valle de Jezreel – Michael apagó el televisor – Mismo sitio al que tenemos que ir.
-¿Qué quieres decir?
-Phil, vas a tener que ejercer tu rol presidencial una vez más. Hay que plantarle cara a Damien y a sus tropas en Megiddo. No dejarle recuperar Jerusalén. Tienes que hablar con la gente de Latinoamérica y China. Ellos deben ayudarnos a combatir a la Unión Global.
-Lo haré, Mike. Pero, ¿Por cuánto tiempo tendremos que luchar?
-Tan sólo hasta que el Señor venga. Lo cual va a ser muy pronto… 


[1]Apocalipsis, capítulo 11, versículos del 1 al 14, para más información.

Megiddo (Cuatro)

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CAPITULO 4 

Damien estaba furioso.
La pérdida de Jerusalén era algo que no estaba en sus planes, pero como dice el dicho: “No hay mal que por bien no venga”. La toma de la Santa Ciudad y la abolición de su culto allí lo llevó a hablar con los líderes de las 10 zonas mundiales en las que estaba dividido su reino –Norteamérica estaba ahora bajo el control del General Breckenridge, devenido en Presidente de facto, y por ende, era territorio anexado a la fuerza a la Unión Global– y convocarlos a la “más grande cruzada jamás vista en la Historia”.
-Caballeros, debemos avanzar sobre Jerusalén. ¡Al retomar la ciudad, mi poder se consolidará! Hay que aplastar a estos insurgentes antes de que se conviertan en un mal ejemplo a seguir por otros.
Cuando el Anticristo terminó de impartir sus órdenes, llamó a Dominic. El Papa Rojo atendió enseguida el teléfono y escuchó atentamente:
-Mis tropas recuperaran Jerusalén – le dijo – pero su toma por parte de los cristianos me da la excusa perfecta que estaba esperando: abolirlos totalmente. Llama a nuestros seguidores por el mundo, Dominic. Diles que la blasfemia de seguir al falso Cristo se paga con la muerte. ¡Sólo puede haber un culto legitimo! Sólo puede haber un Dios: ¡YO!
-Quédate tranquilo. Ya mismo me pongo con ello. ¡Desde este momento, ser cristiano quedará prohibido! El único culto valido y aprobado será el tuyo. Como debe ser.  

Y el plan se ejecutó tal cual Damien quiso.
Espoleados por Dominic, los acólitos de su religión apostata persiguieron y mataron a todos los cristianos verdaderos por el mundo. Hubo linchamientos públicos y crucifixiones, iglesias prendidas fuego y demás salvajadas. Las palabras de la Biblia se cumplieron y la sangre de los mártires fue derramada…
Mientras miles morían y las tropas de los ejércitos de la Unión Global convergían en Megiddo, Phillip Brennan se comunicó con el Premier del gobierno de China, quien luego de la extensa charla que ambos sostuvieron por una línea segura y libre de espías, comprometió el apoyo de su gente para ayudarlos.
-Dejemos las cosas en claro, Sr. Presidente – dijo el oriental – Mi gente se opondrá al Canciller Thorn como convenimos, pero sólo lo hará por considerarlo un déspota tiránico, nada más. No por que creamos lo que usted dice, que él sea el “Anticristo”.
-Me conformo con que nos apoyen, Sr. Chen. Es todo lo que pido – terció Brennan – Después hablaremos de teología, si gusta.
Phillip también habló con los representantes de Latinoamérica. Los Presidentes de México, Venezuela, Colombia, Brasil, Argentina, Uruguay y Chile ofrecieron su apoyo. Al contrario que el Premier chino, ellos sí creían que Damien era el Anticristo y no dudarían en mandar a los suyos a combatirlo.
-Está hecho – dijo Brennan, colgando el teléfono – Ya tenemos a nuestra gente lista. Esperemos que el Señor esté con nosotros.
-Quédate tranquilo, Phillip. El Señor está con nosotros – Michael le apoyó una mano en el hombro, dándole confianza – Ya lo dice la frase: “Jesús, en ti confío”. Triunfaremos.
…Y así, oficialmente, el Conflicto Final quedaba iniciado.

Megiddo (Cinco)

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CAPITULO 5  

Valle de Jezreel. Israel.
Megiddo.
Phillip observó a la distancia a través de su largavistas. Pudo ver el despliegue de tropas de la Unión Global al otro extremo del valle, acercándose. Tanto el Presidente norteamericano como sus aliados tenían las suyas apostadas al otro extremo, a la espera del gran combate que iba a producirse cuando ambas facciones se chocaran de frente.
Brennan volvió caminando hasta la tienda de campaña armada en mitad del campamento. Dentro, los líderes de las potencias coligadas con él le esperaban. Un mapa había sido desplegado sobre una mesa y el Premier chino –vestido como los otros, con uniforme militar– explicaba cómo iban a ser las estrategias de combate.
-Con todo respeto, Premier – repuso Michael – sólo tenemos que limitarnos a defender el paso hacia Jerusalén. Es todo.
-¿Insinúa usted que no podemos avanzar sobre la Unión Global y aplastarlos? – se quejó el señor Chen, ofuscado – ¡Eso no es lo que acordamos!
-En realidad, sí vamos a pelear contra Damien y sus acólitos – le recordó Phillip – Pero como el Dr. Ironside dijo, sólo nos limitaremos a evitar que el Canciller reconquiste la Santa Ciudad.
-Eso es absurdo – Chen sacudió enfáticamente la cabeza – ¿Y por qué debemos aceptar esa posición tan inferior en el combate?
-Porque los refuerzos ya vienen en camino – le recordó Michael – Sólo tenemos que aguantar hasta que el Señor venga.
El Premier resopló, disgustado.
-Otra vez con eso – dijo – ¿De veras creen ustedes que tal suceso ocurrirá? ¿No será una fábula, como lo fue la supuesta divinidad de Damien?
-Le aseguro, Sr. Chen, que la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo no es una fábula – repuso Michael, serio – Ocurrirá. No tenga dudas sobre eso.
-Pues espero que su Jesús se apure… nuestros adversarios se acercan.  

Y la guerra comenzó.
Las tropas de Damien atacaron por tierra y por aire. Tanques, aviones, soldados, misiles… todo fue utilizado en el feroz combate que se desarrolló. Siguiendo el plan, los ejércitos leales a Brennan y los de Latinoamérica y China defendieron su posición, conteniendo al enemigo para que no pasase a Jerusalén.
La descomunal batalla duró todo el día. Al caer el Sol, comenzó a inclinarse para un lado vencedor: el del Anticristo. Sus tropas literalmente masacraban a la resistencia sin piedad.
Violentamente y sin previo aviso, el campamento donde estaban Phillip y Michael fue asaltado y ambos cayeron presos. Los dos fueron llevados cautivos al cuartel enemigo y los líderes que les ayudaron ejecutados.
Damien en persona acudió a Megiddo. Bajando de un helicóptero, el Anticristo se reunió con sus soldados y les sonrió a los dos detenidos. No había venido solo: Dominic, el Papa Rojo, le acompañaba.
-Dr. Ironside. ¡Que grata sorpresa verlo aquí! ¿Cuánto ha pasado desde la última vez? Diez años, ¿no? Lo veo muy desmejorado – comentó, socarronamente – Díganme la verdad: ¿Qué rayos estaban pensando cuando quisieron oponérseme?– preguntó, mirando también a Phillip.
-En tu pronta destrucción cuando el Señor venga – respondió Michael.
Damien y Dominic se rieron, burlándose.
-No veo a tu dios por aquí – dijo el Papa Rojo – ¿Dónde está?
-Estará aquí.
-Oh. ¿De veras? – volvió a hablar Damien, divertido – ¿Acaso han oído a sus heraldos? ¿El sonido de alguna trompeta anunciando su regreso triunfante? ¿Algo, lo que sea? ¿No? Es bastante gracioso… yo tampoco. Quizás no vaya a venir. Quizás tenga miedo – sonrió.
-Cuando Él venga, todos tus ejércitos y armas… todo tu poder… ninguno te servirá contra su ira.
Damien observó a Michael. Suspiró. Extendió una mano y lo aferró del cuello con fuerza. Mucha fuerza.
-Tú no lo entiendes, ¿cierto? – le dijo, mientras lo ahogaba – Esta batalla entre Dios y yo es por el alma de los hombres. Esos… esos cuerpos allá afuera, en el valle… ellos no son mis ejércitos.
Michael boqueó, buscando oxígeno. Phillip intentó defenderlo, pero dos soldados lo aferraron de los brazos, impidiéndoselo.
-¡Mike! – gritó.
-Ellos son mis trofeos – continuó Damien y lo soltó. Ironside cayó al suelo, jadeando – Oh, pero ya lo ves, ¿no es así? – se dio media vuelta y volvió su rostro al cielo. Le hablaba a Dios – Sí, tú lo entiendes. Tu mayor creación y ellos te abandonan. Ahora, me seguirán a mí – sonrió – Yo he ganado. Ahora transformaré este planeta… en un paraíso. Mí Paraíso. Los ángeles de mi Padre se levantaran y nada podrás hacer para impedirlo.
Guardó silencio, esperando. Tan sólo se oía el rumor de la guerra en Megiddo. Las tropas de Damien avanzaban ya sin oposición a Jerusalén. Era el fin.
-Dr. Ironside… ¿Ha oído del termino Infierno en la Tierra? – preguntó el Anticristo, sin quitarle los ojos de encima al horizonte. El Sol prácticamente había desaparecido ya, dejando a las heladas estrellas como testigos mudos de su victoria final – Bueno, este es el primer día del nuevo milenio. Empezando mañana, va a ser totalmente peor.
-Amen – asintió Dominic.
-Mátenlos – ordenó a sus soldados. Phillip y Michael se prepararon para lo inevitable. ¿Podría ser verdad? ¿El Señor los había abandonado? ¿Dónde estaba Él?
-Mike – Brennan lo ayudó a ponerse de pie. Vio como los soldados les apuntaban con sus rifles, listos para dispararles – Es el fin.
-Si – Michael tanteó dentro de su chaqueta, extrayendo algo – pero para él.
En ese momento, estalló el cielo. Literalmente.
La noche se hizo día y una luz potente cayó sobre todos y se expandió. Damien, perplejo, observó cómo unos rayos de esa luz divina acababan con sus ejércitos desintegrándolos en el aire, como si nunca hubieran existido.
-¡No! – gritó, furioso, los ojos brillando de color escarlata – ¡NO!
Una figura se materializó en el aire, rodeada de esplendor. Era Jesucristo, viniendo entre las nubes con gran poder y gloria. Al verlo, Dominic se llenó de pavor e intentó huir, pero fue alcanzado por una espada de luz pura, la cual lo incineró hasta volverlo cenizas. Unas campanas comenzaron a sonar. Eran las campanas que anunciaban el inicio del Reino de Dios en la Tierra.
Aprovechando la confusión que se produjo en el hijo de Satán, Michael le saltó a la espalda y lo apuñaló con una daga. Resultó ser una de las Siete Dagas Sagradas de Megiddo, las únicas armas místicas que podían matar a la Bestia.
-No – jadeó Damien, mientras le enterraban la hoja del puñal hasta el mango – Se supone… que esas dagas… ya no podían herirme… ¿Cómo…?
-Tu “inmunidad” se acabó, demonio – le dijo Michael, apartándose de él – Con la llegada del Señor se terminó tu reino. ¡El Mal ya no tiene cabida en este mundo!
-¡No! No puede… ser – Damien cayó al suelo, presa de violentas convulsiones. Su cuerpo comenzó a envejecer a un ritmo rápido, a deteriorarse y pudrirse. Se moría. ¡Se moría! – ¡Padre! – le gritó al Diablo – ¡Padre! ¿Por qué me has abandonado?
Un segundo después de pronunciar aquellas palabras, falleció. Lo que quedaba de su cuerpo se derritió en un charco de fango maloliente.
-Hecho esta – dijo Jesús desde las alturas y extendió sus brazos. La luz de Dios invadió toda la Tierra, expandiéndose hasta el último rincón y transformándolo todo.
Michael y Phillip cerraron los ojos, sintiendo un gran alivio y una enorme felicidad en sus corazones… y cuando volvieron a abrirlos, el Nuevo Milenio comenzó. El Milenio del Señor.  

“Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido…”
Apocalipsis 21: 1
“Dios secará todas las lágrimas de ellos, y ya no habrá muerte, ni lloro, ni lamento, ni dolor; porque todo lo que antes existía, ya pasó”.
Apocalipsis 21: 4 

FIN

Damien: El Ascenso del Anticristo

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El Ascenso del Anticristo
(Escrito por Federico H. Bravo) 

Nota del Autor: Esta historia transcurre antes de “El Código Armageddon” y sus dos continuaciones, “La Abominación” y “Megiddo”. Es una suerte de Precuela a lo que yo he dado en llamar La Trilogía de la Bestia 

“Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una Bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez diademas; y sobre su cabeza, un nombre blasfemo […] y el Dragón le dio su poder y su trono, y gran autoridad”.
Apocalipsis 13:1,2 

CAPITULO 1  

Washington D.C.
Un año atrás…
-Me alegra que hayamos podido reunirnos, Gene – dijo Damien Thorn, joven empresario de tan sólo 32 años de edad, CEO de Industrias Thorn y, quizás, unos de los hombres más ricos del planeta – Ya apenas si puedo verlos a Karen y a ti por Chicago. Tienen que volver a visitarme por allá. Sé que a Paul le encantaría verlos de nuevo.
Eugene “Gene” York sonrió. Lo mismo hizo Karen, su esposa, mientras quitaba los platos de la mesa. Ambos eran una feliz pareja joven con un gran futuro por delante: Gene era congresista, un postulante a la Presidencia de los Estados Unidos, y a su vez –en opinión de su esposa– un hombre justo y leal, la persona indicada para ocupar el cargo de Primer Mandatario.
-Nos gustaría – dijo Gene a su amigo – pero desgraciadamente, entre mi campaña electoral y los asuntos en el Congreso, sólo vemos aeropuertos.
-Dímelo a mí – suspiró Karen, sirviéndole a Damien una taza de café – Sabía que Gene planeaba una carrera política cuando me casé con él. Estoy resignada a ser una “viuda del Congreso”.
-Vamos, Karen – rió Damien – No puedes engañarme… ¡Sé lo ocupada que estás con la Comisión de Seguridad de productos para el consumidor!
Karen se ruborizó. Se limitó a sonreír en silencio mientras le servía café a su marido también.
-Les ha ido bien a ambos – comentó Damien, luego de una pausa dedicada a tomarse el suyo – ¿Para cuándo los hijos, eh?
Un nuevo silencio se produjo en el comedor. Karen y Gene se miraron, incomodos. Ella bajó la vista, avergonzada, y él carraspeó.
-Seguimos intentando… pero parece que el Señor todavía no se ha dignado a bendecirnos con uno – confesó Gene.
-Entiendo. Lo siento, amigos – repuso Damien, disculpándose. Parecía sinceramente abochornado – Soy un bocazas.
-Oh, pierde cuidado. No pasa nada – el joven congresista quiso de esa forma quitarle hierro al asunto – Estamos acostumbrados…
-No nos cerramos a vías alternativas, sin embargo – confesó su esposa, para luego volver a ruborizarse y callar.
-Humm… sí – corroboró Gene, tomando un trago de café – Aunque las adopciones están un poco… complicadas. Aunque no lo parezca, los congresistas tienen un límite. Como a cualquier hijo de vecino, nos ponen en una lista de espera bastante extensa. Como sea – decidió cambiar de tema, al ver lo molesta que Karen se sentía – Como ya sabes, he anunciado mi candidatura a Presidente de la Nación. Karen y yo hemos estado discutiendo sobre esto y… y nos gustaría que estés en nuestro equipo.
-Caray – Damien pestañeó, perplejo – ¡Me tomas por sorpresa, Gene! Yo… no sé qué decir… El manejo de Industrias Thorn me tiene totalmente absorbido… ¿Crees que sea el tipo indicado para lo que me necesitas?
-Sin duda – el congresista sonrió – No veo cómo no podrías no estar ahí, amigo. ¿Qué dices? ¿Te apuntas con nosotros a esta aventura política?
Internamente, Damien sonrió. Su plan iba a pedir de boca. Pero pese a que todo marchaba como lo calculó, decidió fingir modestia.
-Pues… me halagas, Gene – dijo – Pero necesitaré un tiempo para pensarlo – y se tomó tranquilamente el resto de su café.  

CAPITULO 2   

Semanas después…
Metido de lleno en la campaña electoral de su amigo, Damien utiliza los vastos recursos de Industrias Thorn para promocionarlo y posicionarlo en la cima. Gene asiste a debates televisivos, conferencias, etc, etc, y gracias a ello –y el hábil y sutil manejo de Damien– su imagen pública como político honesto, comprometido e intachable quedó asentada en la mentalidad y los corazones de las masas.
Finalmente, ya cercana la fecha del inicio de los comicios, se celebró un mitin del Partido Demócrata en Calvin City, Pennsylvania, al que asistieron muchas personas. Gene, junto con su esposa, acudieron al lugar y el candidato dio un aclamado discurso.
-Administraciones anteriores han ignorado los problemas, esperando pasárselos a las generaciones futuras – dijo – ¡Yo digo “basta”! ¡La hora de actuar es AHORA!
Aquella arenga obtuvo como resultado la ovación de la multitud. Tras el escenario, un complacido Damien hablaba por teléfono celular con su socio y acolito en Chicago, Paul Buher.
-Según las últimas encuestas, tu candidato ha ganado otros diez puntos– dijo Buher desde el otro lado de la línea – Si sigue así, Eugene York será el próximo Presidente de los Estados Unidos…
-No, Paul. Eso no va a ocurrir – comentó Damien, lacónicamente – Lo tengo todo calculado – echó un vistazo al escenario. Gene y Karen saludaban a la gente tomados de la mano – En este preciso momento, mi pobre amigo va a sufrir un pequeño atentado que le costará la carrera política… allanándome a mí el camino para ocupar su lugar.
En ese instante, se produjo un disparo. Damien sonrió al ver la conmoción de todos los presentes. Consultó su reloj-pulsera.
-Justo a tiempo… Lo siento, Paul. Voy a tenerte que cortar. Tengo trabajo que hacer. Charlamos luego. Bye.  

CAPITULO 3  

Centro Médico Bethseda.
Más tarde.
Gene York no estaba muerto… aun. Había sido gravemente herido, eso sí. El culpable fue un asaltante no identificado, quien se abalanzó sobre él saliendo de la multitud y le disparó con una pistola. La bala había atravesado algunos órganos vitales, pero York –como se ha dicho– no murió en ese instante. Agonizaría bastante tiempo y, según cálculos de Damien, todavía podría mantener la conciencia el suficiente para un hecho muy especial: el relevo.
-Gene, lo siento – se disculpó el joven Anticristo, parado al lado de la cama de hospital donde yacía su amigo, haciendo fuerza por mantenerse despierto y no sucumbir a la gravedad de sus heridas. En el otro extremo, Karen sollozaba desconsoladamente, mientras le sostenía una mano a su esposo – Debí saber que esto podría pasar. ¡Me encargaré personalmente de despedir al inepto servicio de seguridad y mover cielo y tierra para buscar al loco que te disparó!
-Olvídalo… - suspiró Gene, con dificultad. Miró a su amigo directamente a los ojos – No puedo… permitir que nada te pase. Ahora… te necesitamos más que nunca… Damien…
-Seguro. Pídeme lo que quieras, amigo. Lo que sea – Damien fue muy convincente en sus palabras. Aquél era su don, su talento natural (¿o habría que decir sobrenatural?). Lo había heredado de su padre. De su verdaderopadre.
-Estoy fuera… no estoy para ser Presidente… no sé si saldré vivo de esta…
-¡Oh, Gene! – musitó Karen, llorando con más fuerza.
-No digas eso, amigo. Te pondrás bien. Ya verás – mintió Damien.
-No… No lo haré. Y no tenemos tiempo de… buscarme un reemplazo entre los miembros de mi partido… de modo que voy a pedirte algo…
-Lo que sea – Damien aguardó, expectante. El momento iba a llegar.
-Quiero… que tú seas mi relevo.
-Pero Gene, ¡yo no soy político! No podría…
-La gente te admira… te han visto conmigo… saben la clase de persona que eres… Por favor, Damien. Prométeme que lo harás… ¡Prométemelo!
-Gene – Damien, los ojos falsamente llenos de lágrimas, aferró al congresista de la otra mano – ¡Te lo prometo! Te lo prometo…

***  

A la salida de la habitación hospitalaria, Damien y Karen se reunieron. Siguiendo con su pantomima, el Anticristo se sentó en un banco y enterró la cara entre sus manos, fingiéndose compungido.
-No puedo creer la fe que tiene en mí, Karen – dijo – Especialmente después de que le he fallado tan vergonzosamente.
-No seas tan duro contigo, Damien – lo consoló ella – No pudiste evitar lo que pasó. Créeme: yo estuve allí. Lo vi – Karen ahogó un nuevo acceso de llanto. Damien le alcanzó un pañuelo – Gracias – dijo, secándose las lágrimas.
-Y ahora, esto… No sé si voy a poderlo hacer…
-¡Sí! ¡Sí que puedes! Gene no confiaba en otro que no seas tú. ¡Tienes que poder! Por favor, Damien. ¡Piensa en el futuro!
El Anticristo se quedó mirando hacia el horizonte, en silencio.
-El futuro. Sí – admitió – Es verdad, Karen. Se lo prometí a Gene – se puso de pie con decisión – ¡Tengo que hacerlo! ¡Lo haré! ¡América necesita un cambio, para que delincuentes como el que baleó a tu marido no sigan libres! Lo haré. ¡Seré el próximo Presidente de los Estados Unidos! 

CAPITULO 4  

Con Gene York fuera de juego y utilizando su plataforma política previamente armada, Damien se metió de lleno en la carrera presidencial. Así lo reflejó el canal de noticias CNN en mitad de uno de sus tele-diarios:
-…Y así, tras meditarlo profundamente, he decidido honrar a mi amigo Gene accediendo a su pedido. ¡Me presentaré como candidato para Presidente de los Estados Unidos!
La imagen grabada de Damien dando una conferencia de prensa fue suplantada por el conductor del noticiero. El hombre continuó la posta a partir de ahí:
-…Esta declaración fue hecha hace minutos en ronda de prensa por el empresario e industrial Damien Thorn, donde dejó patente su intención de continuar con el trabajo de su amigo herido, el congresista estrella Gene York. Las reacciones a este anuncio fueron inmediatas… y no todas a favor.
El presentador del noticiero dio paso esta vez a la imagen grabada de Richard Morton, responsable máximo del Instituto de Derecho.
-¿Es una broma? – preguntó al periodista que lo entrevistaba – ¡Damien Thorn no tiene la edad legal siquiera para ser Presidente de la Nación, en el hipotético y poco probable caso de que fuese elegido y ganase! Personalmente, elevaré una protesta formal al Tribunal Supremo de Justicia para que se expida cuanto antes sobre este caso.
De nuevo, retornó el presentador del noticiero:
-Las declaraciones de Morton se suman a otras voces contrarias a la candidatura de Thorn, quienes insisten que por impedimentos legales, es un hecho inviable. Fuera como fuera, la cuestión de la elegibilidad del joven empresario se decidirá en una sesión extraordinaria y especial en simultáneo del Tribunal Supremo de Justicia y del Congreso la semana que viene. Hasta entonces, tendremos que conformarnos con especular cuál podría llegar a ser el veredicto: ¿Positivo o negativo?  

CAPITULO 5 

Chicago. Edificio Thorn.
Una semana más tarde.
-No hay nada de qué preocuparse, Damien – dijo Paul Buher. El Anticristo y él se hallaban sentados frente a frente en el interior de la lujosa oficina que el primero tenía, con una panorámica de la ciudad de Chicago y sus altos rascacielos – Nuestra gente en Washington lo arreglará. Después de todo, es un lio legal, un tecnicismo arcaico y sin importancia.
-Tal vez. Pero no puedo darme el lujo de perder el premio mayor – Damien se puso de pie. Caminó hasta un ventanal, observando la ciudad y frunciendo ligeramente el ceño – Estoy demasiado cerca de lograr mi objetivo. La Casa Blanca sólo es un peldaño más para la consolidación de mi poder y la gloria de mi Padre.
-Te lo repito: nada de qué preocuparse – insistió Buher – Tenemos acólitos infiltrados en el Tribunal Supremo de Justicia y en el Congreso. Saldrá todo bien, ya verás.
De repente, el celular de Paul sonó. Era como si hubiera estado esperando hasta ese momento para hacerlo. El anciano atendió.
-Stephenson. Justo esperábamos su llamada – dijo – Dígame: ¿Cuál es el veredicto?
Se produjo un instante de silencio. Dándole la espalda y todavía mirando los rascacielos de Chicago, Damien aguardó, expectante.
-Entiendo – Buher asintió – Sí, se lo diré. Quédese tranquilo. Adiós – cortó y esperó a que el Anticristo se volviera y lo mirara para darle la noticia – Felicitaciones, Damien. Tienes carta blanca y libertad de acción. Tal y como te dije que sucedería. ¡La Presidencia de la Nación prácticamente es tuya!
Damien no dijo nada. Tan sólo se limitó a esbozar una sonrisa, satisfecho.  

EL PRINCIPIO…
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